Contingència, deliberació i política en Aristòtil (i V).
Aristòtil |
Aristóteles exalta al hombre sin divinizarlo. Entregado a sus
solas fuerzas por un Dios demasiado lejano, suficientemente visible para ser
deseado, pero que se mantiene a distancia como para no ser poseído. (200)
La vida del hombre se mueve entre dos azares: el azar fundamental del
nacimiento, que hace que la buena naturaleza no esté igualmente repartida, y el
azar residual de la acción, que hace que los resultados no sean jamás del todo
previsible. Pero el azar del nacimiento es el azar residual de la acción divina,
y la grandeza del hombre consiste, al prolongar mediante la prudencia la acción
de una Providencia que falla, a empujar lo más posible los límites de lo
imprevisible y de lo inhumano. (201)
La metafísica nos enseña en contra de su voluntad, que el mundo sublunar es
contingente, es decir, inacabado. Pero los límites de la metafísica son el
comienzo de la ética. (201).
Lo eterno es lo que es objeto de demostración, como por ejemplo, las
figuras geométricas que son siempre lo que son. (112)
La intuición fundamental de Aristóteles es el de la separación, la
distancia inconmensurable entre el hombre y Dios.
Si la contemplación es “más continua que cualquier otra acción” (EN X, 7,
1177a 21-22), esta continuidad no nunca total en el hombre, afectado por la
fatiga (EN X, 4, 1175ª 3-4), sin contar que la vida contemplativa supone la
posibilidad del descanso (EN X, 7, 1177b 4-26). (97)
Hay un punto trágico en la vida moral, que consiste en que la unión entre
la bondad y la virtud no es, por así decirlo, analítica, como creían los
socráticos, sino siempre sintético, porque depende en una proporción
irreductible del azar. (97)
Lo trágico en Aristóteles es
ciertamente residual, pero en un sentido ontológico, por cuanto consiste en la
distancia siempre acortada, pero nunca suprimible, que separa al hombre de la
felicidad. (97-98)
Los hombres pueden ser ciertamente felices, pero “como los hombres pueden
serlo” (EN I, 11, 1101a 20).
La felicidad verdadera, la de la contemplación autárquica, está por encima
de la condición humana (EN X, 7, 1171b 26) (98)
El mundo sublunar de Aristóteles
ya no es una copia, su materia ya no es un simple receptáculo moldeable a
voluntad por el Demiurgo, es un medio contra el caos y el orden, un orden que
es impotente para dominar enteramente el caos. (162-163)
La Metafísica, la ciencia más buscada, es la más elevada y, por
consiguiente, la más divina y corresponde a Dios poseerla. (Metafísica A, 2, 983a 3-10)
El hombre debe buscar la sabiduría, y no dejarse limitar en su búsqueda por
una restricción previa de su campo. Pero que esta ciencia buscada sea un día
poseída por el hombre no es algo asegurado, sino una esperanza y una tarea (…)
El saber divino sirve de ideal a nuestra búsqueda; es su principio regulador,
no constitutivo. (195)
Contentarse son su condición sería para el hombre pereza, pero no basta
quererlo para superarlo, y creerlo sería desmesura.
(196)
El filósofo, dice Aristóteles al
comienzo de la Metafísica, es “aquel
que lo sabe todo tanto como es posible”
(Metafísica A, 2, 982a 9). Pero
límites de la filosofía no son límites del hombre y de entrada, del mundo en
que vivimos: la filosofía no es más que una de las aproximaciones humanas y,
más generalmente, sublunares de la inmortalidad, del mismo modo que en un nivel
inferior, la sucesión de las generaciones permite a los seres vivos participar
en lo eterno, pero solo “tanto como pueden”. (De ánima II, 4, 415ª 29) (196-197)
Pierre Aubenque, La
prudencia en Aristóteles, Crítica, Barna 1999 (1963)
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