La degradació de la política i la filosofia (Hannah Arendt).
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La degradació de la política i la filosofía.
Esta degradación de la política
a partir de la filosofía, tal como la vemos desde Platón y Aristóteles,
depende completamente de la diferenciación entre muchos y pocos, que ha tenido un
efecto extraordinario, duradero hasta nuestros días, sobre todas las respuestas
teóricas a la pregunta por el sentido de la política. Pero políticamente no ha
tenido mayor efecto que la apolitia
de las antiguas escuelas filosóficas y la libertad de cátedra de
las universidades. Dicho en otras palabras, su efecto político siempre se ha
extendido sólo a los pocos, para los que la auténtica experiencia filosófica ha
sido determinante por su arrolladora absorbencia (una experiencia que, según su
propio sentido, conduce fuera del ámbito político del vivir y hablar unos con
otros).
La causa de que no quedara nada
de esta repercusión teórica, de que más bien por lo que respecta a lo político
y los políticos se haya hecho sentir hasta nuestros días la convicción de que
lo político se justifica y debe justificarse por fines superiores y externos
—aunque dichos fines mientras tanto se hayan desgastado considerablemente—
reside en el rechazo y la tergiversación de lo político, aparentemente
similares pero realmente mucho más radicales, operado por el cristianismo. A primera
vista podría parecer que éste originariamente habría exigido para todos aquella
misma libertad de la política, hasta cierto punto académica, que reivindicaban
las antiguas escuelas filosóficas para sí. Y esta impresión se refuerza si
pensamos que el rechazo de lo público se
emparejó con la fundación de un espacio yuxtapuesto al político en que los
creyentes se reunieron primero en comunidad y se convirtieron después en iglesia. Este paralelismo se ha
confirmado plenamente con el surgimiento del Estado secular, en el cual la
libertad académica y la religiosa están estrechamente vinculadas, ya que el
cuerpo político garantiza pública y
legalmente a ambas la libertad de la política. Si entendemos por política todo
aquello necesario para la convivencia de los hombres y para posibilitarles
—como individuos o como comunidad— una
libertad situada más allá de lo político y lo necesario, estaremos justificados
para medir el grado de libertad de un organismo político según la libertad religiosa
y académica que tolere, esto es, según la extensión del espacio no político de
libertad que contiene y sostiene.
Este efecto político, ahora ya
inmediato, de la libertad política, de la cual tanto se ha aprovechado la
libertad académica, remite a otras, y políticamente hablando más radicales,
experiencias que las de los filósofos. Para los cristianos no se trata de
establecer un espacio de los pocos junto al espacio de los muchos, ni tampoco
de fundar un contraespacio para todos frente al espacio oficial, sino del hecho
de que un espacio público en general, sea para pocos o para muchos, es, por su
carácter público, intolerable. Cuando Tertuliano
dice que «a nosotros, cristianos, nada nos es más
extraño que los asuntos públicos» (Apologeticus, 38) el acento se
pone precisamente sobre lo público. El temprano rechazo cristiano a la
participación en los asuntos públicos se suele entender, y con razón, o bien
desde la perspectiva romana de una deidad rival de los dioses de Roma, o bien
desde la visión protocristiana de una ……???
Pero de este modo se pasan por
alto las verdaderas tendencias antipolíticas del mensaje cristiano y la
experiencia de lo que es esencial para el estar juntos de los hombres en que se
fundamenta. Es indudable que en la predicación de Jesús el ideal de la bondad
representa el mismo rol que el de la sabiduría en la enseñanza socrática: Jesús
rechaza que se le llame bueno en el mismo sentido en que Sócrates rechaza que sus alumnos le declaren sabio. Lo propio de la
bondad es que debe ocultarse; que no puede aparecer como lo que es. Una
comunidad de hombres que crea seriamente que todos los asuntos humanos deben
regularse en el sentido de la bondad, que no vacile al menos en intentar amar a
sus enemigos y en pagar el mal con el bien, que, dicho con otras palabras,
tenga el ideal de la santidad por modelo —no sólo para la salvación de la propia
alma en el alejamiento de los hombres sino para la regulación misma de los
asuntos humanos— no puede sino mantenerse alejada de lo público y de su luz.
Debe operar ocultamente porque ser visto y escuchado genera inevitablemente aquel
brillo y esplendor por el que toda santidad —se presente como se presente— se
convierte enseguida en apariencia.
Política
cristiana.
Así pues, a diferencia de lo que
ocurría en el caso de los filósofos, en la renuncia a la política de los
primeros cristianos no había ningún abandono del ámbito de los asuntos humanos
en general. Tal alejamiento, que en la forma extrema de la vida ermitaña fue
usual en los primeros siglos después de Cristo, habría entrado en flagrante
contradicción con la prédica de Jesús, y la Iglesia lo consideró muy pronto una
herejía. De lo que se trataba más bien era de que el mensaje cristiano proponía
un modo de vida en que los asuntos humanos en general debían remitirse no al
ámbito de lo público sino a un ámbito interpersonal entre hombres. Que se haya
identificado, y quizá confundido, este ámbito del «entre» con la esfera privada
porque se contrapone al ámbito público-político se debe a las circunstancias
históricas. La esfera privada fue a lo largo de toda la antigüedad grecorromana
la única alternativa al espació público, y para la interpretación de ambos
espacios fue decisiva la contraposición entre, por una parte, qué quería uno mostrar
al mundo y cómo quería aparecer ante él, y, por otra, qué debía únicamente
existir en el aislamiento permaneciendo oculto. Lo determinante desde un punto
de vista político fue que el cristianismo buscó el aislamiento, en el cual
exigió incluir también lo que siempre había sido público (Mateo, 6,1 y sigs.). En
este contexto no consideraremos cómo este consciente y radical carácter
antipolítico del cristianismo consiguió a través de la historia transformarse
de manera que hiciera posible una especie de política cristiana: aparte de la
necesidad histórica generada por la caída del Imperio romano, fue obra de un
solo hombre, san Agustín, en el que
permanecía extraordinariamente viva la tradición del pensamiento romano. La
reinterpretación de lo político surgida de él ha tenido un significado decisivo
para la tradición occidental, no sólo para la tradición teórica y del
pensamiento sino para el marco en que ha acontecido la historia política real.
Es ahora cuando el cuerpo político también acepta que la política es un medio
para un fin superior y que en ella sólo se trata de libertad en la medida en que
ha dejado libres determinados ámbitos. Sólo que ahora la libertad ya no es una
cuestión de pocos sino, al contrario, de muchos, los cuales ni deben ni
necesitan preocuparse ya de los temas de gobierno porque la carga del orden
político necesario para los asuntos humanos se deposita sobre unos pocos. Ahora
bien, a diferencia de lo que ocurría con Platón y los filósofos, el origen de
esta carga no es la fundamental pluralidad humana, la cual ataría los pocos a
los muchos, el uno al todos. Dicha pluralidad más bien se afirma, y el motivo
que decide a los pocos a asumir sobre sí la carga del gobierno no es el temor a
ser dominados por los peores. San
Agustín exige explícitamente que la vida de los santos también se
desarrolle en una «sociedad » [Sozietat],
y supone, al hablar de una civitas Dei, un Estado de Dios, que incluso en
circunstancias no terrenales, la vida de
los hombres también se determina políticamente (dejando abierto si la
política es también una carga en el más allá). En cualquier caso, el motivo de
asumir el peso de lo político terrenal es el amor al prójimo y no el temor
frente a él.
(El
sentit de la política, 150-184)
Hannah
Arendt, Introducción a la política, en La
promesa de la política, Paidós, Barna 2008
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