Els espais i els temps de l'educació.
Ganar tiempo y espacio, pedía ayer Sara Gancedo, una estudiante de filosofía y de literatura en una mesa redonda en la que participábamos sobre el futuro de la universidad. Reclamaba el espacio y el tiempo como problemas centrales de la educación, de la universitaria, de la educación en general. Pedía disputar el espacio y el tiempo de educación contra el espacio y el tiempo fosilizados del mercado de títulos.
Llevo desde ayer pensando sobre lo extraños que son los espacios y tiempos de formación dentro de las instituciones educativas. Espacios y tiempos de estudiantes y docentes, zonas simbólicas acotadas por estados de excepción fenomenológica, física y vital.
Comienzo mis cursos señalando lo poco natural que es el espacio del aula: las asimetrías de las miradas, de la colocación de los cuerpos, de las formas de estar. Cuando puedo sugiero cambios, aunque sé que es bastante inútil cambiar las mesas cuando no logramos transformar los espacios internos. Pues los espacios en los que habitamos en la educación son también espacios mentales que difícilmente se coordinan. Qué piensa uno cuando habla desde el rol de profesor, desgranando nombres, ideas, argumentos, habitando en zonas claroscuras de duda e incertidumbre sobre lo que se está haciendo allí. Qué piensan los ojos que te están mirando, o que están mirando a su móvil, o al cuaderno de apuntes. Qué piensa un discurso apenas roto por preguntas de ocasión, que no logra transformarse en conversación o colaboración para un aprendizaje mutuo. Esperando encontrar un tiempo y un espacio en el que nos eduquemos mutuamente. En esos espacios aularios es difícil lograr responder a esas preguntas.
Tiempos en suspenso. Cuando era estudiante me encargaron que escribiera una historia del movimiento estudiantil (eran los prolegómenos a la Transición). Nunca logré terminarlo (de hecho ni siquiera logré comenzar la historia), me enredé en un examen fenomenológico de la excepción del tiempo del estudiante. Separado de la vida familiar, de la producción y demás estatus sociológicos y económicos que definen las categorías de quienes componen las estructuras básicas de los ciudadanos estereotípicos. Hablaba entonces como estudiante y desde las reivindicaciones que hacían en aquellos momentos los movimientos europeos de acceso a espacios de habitación y modos de vida no infantilizados, donde los afectos, los cuerpos y las vidas no habitasen en las zonas de indeterminación de quienes no son considerados aún adultos y han dejado de ser definidas por su dependencia de los padres.
Tiempos suspendidos de los docentes. Cumpliendo funciones imposibles o contradictorias: enseñar, educar, formar, no solo transmitir. Asfixiados por las nuevas olas neoliberales que nos convierten en "proveedores de servicios educativos", mercantilizados como lo son los estudiantes, ya mutados junto a sus familias en "clientes" de las instituciones educativas, a las que acuden a comprar sus títulos y formación. Nombres y fuerzas que, sin embargo, no han logrado aún diluir los tiempos y espacios de una vida en suspenso. Conformada por una relacionalidad incierta, renovada en los tiempos cortos de la enseñanza, condenada a lo efímero del tiempo de la educación, ordenada por dinámicas que comienzan por la torpe incertidumbre de los primeros días cuando aún no conoces y de los últimos, cuando te preguntas por qué será de esas personas con quienes has convivido los últimos tiempos. Una vida en transición continua, lejos de las certezas de quienes conocen el paño.
Los mercados diseñan las instituciones educativas como lugares especiales que limitan los tiempos y espacios de las vidas de los estudiantes. Los llaman "campus", y a veces fueron internados, porque, aunque habiten la ciudad, los estudiantes han sido internados en espacios suspendidos que no son ni ciudad ni campo, ni tal vez definidamente dentros o afueras. Espacios de inestabilidad que permiten mientras adquieren lo que cada vez más es mercancía y capital simbólico y cultural. Tiempos de vida que compran al mercado, con la esperanza de una acumulación de estatus que amplíe las posibilidades de planes de vida futuro. Tiempos futuribles que se sitúan en la incertidumbre. Te dicen, que habría que conectar la enseñanza con la vida "real", de la empresa y del mercado, que la enseñanza es muy "teórica" y poco "práctica". Te señalan lo que es obvio: que estás en un espacio y tiempo separado, que tienes que hablar de un afuera que no llevas dentro. El mercado pide cada vez más que los seres reales, los empresarios, abogados, managers, entren en las aulas a mostrar cómo es la vida real. Y te dices: tal vez mejor, quizá ha llegado el momento de que nos echen de estos espacios a quienes vivimos en una vida suspendida.
En otros momentos te niegas y defiendes la extrañeza de los espacios y tiempos de la educación. Confías en que se acumulen no sólo competencias sino también y sobre todo resistencias, habilidades de negación, hábitos de negociar significados para no caer en la banalidad, sabiduría para negociar las esclavitudes de los mercados de trabajo, e indignación con los paisajes de injusticia. Te dices que aún hay esperanza de que en esos tiempos y espacios suspendidos, quizás por la fuerza de la vida, los estudiantes, muchos, muchas, aprendan por sí mismos lo que tú no eres capaz de enseñar: a no tener paciencia con la estupidez y corrupción, a soñar vidas que no sean las vidas inducidas por las propagandas comerciales,
La reclamación de Sara, de tiempos y espacios de saber, de querer, de aprender a saber que se quiere, de querer saber, de saber querer, es la reivindicación más importante que podemos hacer quienes tenemos nuestras vidas suspendidas en la zona extraña que forma la educación. Tiempos y espacios de esperanza contra tiempos y espacios de capital.
Fernando Broncano, La vida suspendida, El laberinto de la identidad 25/09/2016
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