Poder i violència (Hannah Arendt)
Que este colosal crecimiento de
violencia y aniquilación haya sido posible no es debido sólo a las invenciones técnicas
sino al hecho de que el espacio público-político se ha convertido tanto en la
autointerpretación teórica de la Edad Moderna como en la brutal realidad en un
lugar de violencia. Unicamente así el progreso técnico ha podido derivar desde
el principio en un progreso de las posibilidades de aniquilación recíproca.
Puesto que allí donde los hombres actúan conjuntamente se genera poder y
puesto que el actuar conjuntamente sucede esencialmente en el espacio político,
el poder potencial inherente a todos los asuntos humanos se ha traducido en un
espacio dominado por la violencia. De ahí que parezca que poder y violencia
son lo mismo, y en las condiciones modernas éste es efectivamente el caso. Pero
por su origen y su sentido auténtico poder y violencia no sólo no son lo mismo sino
que en cierto modo son opuestos. Ahora bien, allí donde la violencia, que es
propiamente un fenómeno individual o concerniente a pocos, se une con el poder,
que sólo es posible entre muchos, se da un incremento inmenso del potencial de
violencia, potencial que, si bien impulsado por el poder de un espacio
organizado, crece y se despliega siempre a costa de dicho poder.
La pregunta acerca del papel que
le corresponde a la violencia en las relaciones interestatales de los pueblos o
acerca de cómo podría excluirse su uso en dichas relaciones está actualmente, desde la invención de las armas
atómicas, en el primer plano de toda política. Pero el fenómeno de la
progresiva preponderancia de la violencia a expensas de todos los demás
factores políticos es más antiguo; ya en la Primera Guerra Mundial apareció en
las grandes batallas mecanizadas del frente occidental. En este sentido, es
remarcable que esta violencia, en su nuevo y desastroso papel de una violencia
que se despliega automáticamente y aumenta sin cesar, resultara tan
absolutamente imprevista y sorprendente a todos los implicados, tanto a los respectivos pueblos como a
los estadistas como a la opinión pública. De hecho, el incremento de la
violencia en el espacio público-estatal se realizó a espaldas de los que
actuaban (en un siglo que se contaba entre los más dispuestos a la paz y menos
violentos de la historia). La Era Moderna, que consideró con una mayor decisión
que nunca anteriormente la política sólo un medio para el mantenimiento y el
fomento de la vida de la sociedad, y que consiguientemente limitó las
competencias de lo político a lo más necesario, pudo creer, no sin fundamento, que
acabaría con el problema de la violencia mucho mejor que todos los siglos
precedentes. Lo que ha conseguido ha sido excluir la violencia y el dominio
directo del hombre sobre el hombre de la esfera, siempre en constante
ampliación, de la vida social. La emancipación de la clase obrera y de las
mujeres, es decir, de las dos categorías de personas sometidas a la violencia
en toda la historia premoderna, señala con la mayor claridad el punto álgido de
esta evolución.
(El
sentit de la política, 150-184)
Hannah
Arendt, Introducción a la política, en La
promesa de la política, Paidós, Barna 2008
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