Origen i evolució de la violència de l'Estat (Hannah Arendt).
El Roto |
La expulsión de la violencia del
ámbito privado del hogar y de la esfera semipública de la sociedad fue
completamente consciente; precisamente para poder vivir cotidianamente sin violencia
se fortaleció la violencia del poder público, del Estado, de la que se creyó
seguir siendo dueño porque se la había definido explícitamente como mero medio
para el fin de la vida social, del libre desarrollo de las fuerzas productivas.
Que los medios de violencia pudieran resultar ellos mismos «productivos », es
decir, que pudieran crecer exactamente igual (o incluso más) que las demás
fuerzas productivas de la sociedad, no se tuvo en cuenta en la Edad Moderna
porque para los modernos la esfera de lo productivo coincidía en general con la
sociedad y no con el Estado. Precisamente éste era tenido por específicamente improductivo
y en caso extremo por un fenómeno parasitario. Puesto que se había limitado la
violencia al ámbito estatal, el cual estaba sometido en los gobiernos
constitucionales al control de la sociedad mediante el sistema de partidos, se
creyó tener a la violencia reducida a un mínimo que como tal debía permanecer
constante.
Bien sabemos que lo contrario ha
sido el caso. La época considerada históricamente la más pacífica y menos
violenta ha provocado directamente el desarrollo más grande y terrible de los instrumentos
de violencia. Y esto es una paradoja sólo aparentemente. Con lo que no se contó
fue con la combinación específica de violencia y poder, combinación que sólo
podía tener lugar en la esfera público-estatal porque sólo en ella los hombres
actúan conjuntamente y generan poder; no importa cuán estrictamente se señalen
las competencias de este ámbito, cuán exactamente se le tracen límites a través
de constituciones y otros controles: por el simple hecho de continuar siendo un
ámbito público-político engendra poder. Y este poder tiene que resultar
ciertamente una desgracia cuando, como ocurre en la Edad Moderna, se concentra
casi exclusivamente en la violencia, ya que ésta se ha trasladado simplemente
de la esfera privada de lo individual a la esfera pública de los muchos. Por
muy absoluta que fuera la violencia del señor de la casa sobre su familia en la
época premoderna —y seguro que era suficientemente grande como para tildar al
gobierno del hogar de despótico— esta violencia estaba limitada siempre al individuo
que la ejercía, era una violencia completamente impotente y estéril económica y
políticamente. Por muy desastrosa que fuera la violencia casera para los
sometidos a ella, los instrumentos mismos para ejercerla no podían proliferar
bajo tales circunstancias, no podían resultar un peligro para todos porque no
había ningún monopolio de la violencia.
(El
sentit de la política, 150-184)
Hannah
Arendt, Introducción a la política, en La
promesa de la política, Paidós, Barna 2008
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