La pólis no pot ser governada como es governa una família (Aristòtil).

Resultat d'imatges de la nación como una gran familia

Si ahora tomamos el conjunto, a tenor del examen aristotélico hecho de las relaciones que se dan en el seno del oíkos, vemos cómo en este medio se da un dominio por una parte despótico, por otra, regio, y, por una tercera aristocrático o, sólo muy impropiamente, político. La única relación horizontal, eminentemente política no es central. Visto en su conjunto, entonces, la administración de la casa es un régimen muy distinto del gobierno de la ciudad, y en ningún caso debiera confundirse, como empezaba Política afirmando. Vemos además, que en él impera siempre uno, el padre-amo-marido, así que globalmente se aproximaría a una monarquía, «el gobierno doméstico es una monarquía (ya que toda casa es gobernada por uno solo)» (1255b, 19).

Por otra parte, Aristóteles reacciona frente a los intentos de Platón de cortar una pólis por el patrón de la familia. No cree que sea propio de la pólis, por ejemplo, la unidad estricta que podría encontrarse en aquella. La pólis requiere de cierta unidad, efectivamente, pero no sin pluralidad. Una unión excesiva, al modo de la existente en el oíkos, le parece a Aristóteles reductora para los fines de la ciudad, haría de ella en todo caso «una ciudad inferior» (1263b, 34), «pues la ciudad es por naturaleza una multiplicidad (pléthos)» (1261a, 18). Pretender unificarla la convertiría en una comunidad distinta, y «al hacerse más una, se convertirá de ciudad en casa y de casa en hombre, ya que pode-mos decir que la casa es más unitaria que la ciudad y el individuo más que la casa». Aristóteles nos advierte claramente contra la pretensión de adoptar como ideal esa unidad que hace de la comunidad política un único sujeto político, ideal que ha recorrido el pensamiento político desde Platón hasta hoy. «De modo que, aun cuando alguien fuera capaz de hacer esto, no debe-ría hacerlo, porque destruiría la ciudad» (1261a, 21-22). (...)

Las características de la pólis son muy distintas a las del oíkos y no es en él donde el gobierno político habrá de hallar su referencia. La política no puede concebirse según los rasgos de la administración de la casa. Es cierto, que hubo un tiempo en que las ciudades se gobernaban al modo de la casa, reconoce Aristóteles, esto es, se regían monárquicamente, pero esto no era sino resultado de un momento primitivo en su desarrollo, de su falta de diferenciación, o, como en el caso de los bárbaros, debido a su especial naturaleza y costumbre de sometimiento. «Ésta es también la razón de que al principio las ciudades fueran gobernadas por reyes, como todavía hoy los bárbaros: resultaron de la unión de personas sometidas a rey, ya que en toda casa reina el más anciano y, por lo tanto, también en las colonias, cuyos miembros están unidos por el parentesco» (1252b, 19-22). Cuando tenemos verdaderas ciudades, de individuos no unidos por parentesco, plurales, con gentes de clases distintas, con funciones diversas; comunidades realmente superiores en las que quedan inmersas las casas y los individuos encuentran en ella su fin, entonces, es muy otro el gobierno que le corresponde. Ya no puede ser la monarquía, apropiado para la relación de quienes aún no tienen un lógos desarrollado, como era el caso de los niños. En esto nos basamos para excluir como no político el gobierno paternalista o monárquico. «El gobierno doméstico es una monarquía (ya que toda casa es gobernada por uno solo), mientras que el gobierno político es de libres e iguales» (1255b, 19-20).

Jorge Álvarez YagüezLa categoría de política. Aclaraciones desde la perspectiva de un clásico republicano, Isegoría nº 39, julio-diciembre 2008, pàgs. 311-333

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