La història del Saint Louis i el penediment.

Passatgers del Sant Louis
En mayo de 1939, tres meses antes del principio de aquel fin, un barco alemáncargado con 937 refugiados alemanes y judíos que huían de la amenaza nazi dejó el puerto de Hamburgo. Se llamaba MS Saint Louis, intentaba llevarlos a un destino seguro. El lugar elegido era La Habana, Cuba, y casi todos tenían visas y esperanzas, el alivio de haber dejado atrás lo más terrible. 

Era otra ilusión; cuando llegaron, las autoridades les dijeron que las reglas migratorias acababan de cambiar y no podrían bajarse. Tras varios días de negociaciones volvieron al mar. El capitán, un alemán llamado Gustav Schröder, intentó llevarlos a Florida, Estados Unidos, pero también los rechazaron con pretextos legales en Halifax, Canadá, misma historia. El barco, al fin, debió volver a Europa: un tercio de sus pasajeros fue asesinado en los campos de concentración.

La historia del Saint Louis se ha contado muchas veces; su capitán fue, ya muerto, debidamente celebrado por Gobiernos y otras instituciones, que exhibían sus arrepentimientos. Ahora, como entonces, hay miles y miles de refugiados que golpean a nuestras puertas -y hay, como entonces, Gobiernos y otras instituciones que las cierran-: defienden esas vallas glorificadas por himnos y banderas que nos permiten enaltecer el egoísmo, sostener que algunos hombres y mujeres tienen cierto derecho a casa, salud, educación y comida y otros, con otros nombres, otras lenguas, otras caras, no lo tienen -o por lo menos aquí no-.

La historia del Saint Louis se repite ahora, en las fronteras de Europa, cada día. Hay, por supuesto, mujeres y hombres buenos que intenta cambiarla; en general, no alcanzan para torcer el poder de sus Gobiernos, el poder de las fronteras. Pero seguramente, dentro de unos años, algunos de ellos van a ganar, como el capitán Schröder, el merecido reconocimiento. Seguramente el Gobierno francés le va a dar una medalla a alguien, el alemán un título, el británico si acso una orden póstuma, el español una palmada. Seguramente, dentro de veinte o treinta o quién sabe cien años, los Gobiernos que existan todavía se van a arrepentir, van a decir cómo pudimos, van a pedir disculpas. Los Gobiernos, Iglesias y afines son muy buenos para arrepentirse; alguien pensaría que son menos buenos para aprender de sus arrepentimientos, alguien podría creer que no han aprendido de su historia. Se equivocaría: su historia les ha enseñado que arrepentirse es muy barato, mucho más ventajoso que hacer lo justo en el presente, así que siguen, haciendo con denuedo todas esas cosas de las que podrán arrepentirse en el futuro. Y nosotros ciudadanos -somos nosotros los que no hemos aprendido- seguimos tolerándolo, tolerándolos, agitando banderas y gritando himnos. 

Martín CaparrósEl viejo truco del arrepentimientoRefugio de Sonido (Mar Egeo), Javier Limón,  Ediciones El País 2016

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