Les elits i les causes de la desintegració política
Ninguna sociedad puede mantener eternamente la estabilidad. Con el paso del tiempo, las tensiones van creciendo hasta reventar, y no hay un solo caso de Estado eterno y pacífico. Para Peter Turchin (Final de partida: élites, contraélites y el camino a la desintegración política) la explosión que rompe los países tiene dos ingredientes que suelen ir unidos: el empobrecimiento del pueblo y la sobreproducción de élites. Ambas cosas están sucediendo en Europa y en Estados Unidos ahora mismo. Pero no son igual de peligrosas. Históricamente, es mucho más incendiario un miembro de la élite cabreado que un pobre cabreado.
¿Se han fijado en que casi todos los grandes revolucionarios eran también intelectuales? ¿Qué tenían en común Gandhi, Lenin, Mussolini, Mao, Robespierre o Bolívar? Que todos eran universitarios, tenían profesiones intelectuales (abogados, periodistas, maestros…) y conocían bien los mecanismos del poder y las sutilezas de la política porque estaban formados en ella y se habían educado para formar parte de la élite. La otra cosa que tenían en común fue el fracaso: sus vidas estaban orientadas hacia un horizonte que se reveló inalcanzable o cerrado. Sus ambiciones se vieron frustradas por un exceso de competencia. Sencillamente, la sociedad en la que crecieron producía demasiados aspirantes a la élite, y en la élite había muy pocos huecos y ya estaban ocupados. El camino revolucionario fue abriéndose paso en sus vidas como una alternativa de carrera profesional y como expresión de una frustración.
¿Recuerdan los lemas del 15M? Las plazas de España no se ocuparon por sans-culottes ni albañiles en paro por la crisis del sector de la construcción, sino por jóvenes titulados que se sentían engañados porque sus estudios académicos no les servían para nada. Se habían esforzado en ser los mejores, los más listos, y solo conseguían infraempleos y sueldos ridículos con los que no podían firmar una hipoteca. Aquello fue una revuelta de sobreproducción de élites: Europa había producido muchos más titulados universitarios de los que podía emplear, y el resultado era un excedente de aspirantes a la élite frustrados. Así empiezan las revoluciones.
Dice Turchin que un Estado puede reprimir revueltas populares por hambrunas y miserias. Ha habido momentos en la historia en que los pobres se han alzado sin que los imperios se pusiesen en peligro. El Estado solo colapsa cuando se le revuelven los aspirantes a la élite convertidos en contraélites frustradas. Si eso se junta con el empobrecimiento de la población (pues son dos fenómenos que van unidos, no puedo explicarlo aquí, pero el libro lo cuenta muy bien), el rey solo puede esperar que caiga la hoja de la guillotina: no tiene salvación. Pero son esas contraélites quienes dirigen a las masas furiosas, que por sí mismas no canalizan políticamente su rabia porque no tienen la capacidad organizativa ni el conocimiento de un Robespierre o un Lenin.
La frustración de los jóvenes de izquierdas ha fracasado, dice Turchin, porque no han sabido organizarse. No ha salido un Mao de entre sus filas. Pero la situación en los frustrados de la derecha es bien distinta en Estados Unidos. Los revolucionarios (es decir, los que quieren demoler el orden establecido) ya han tomado el Partido Republicano, cuya organización usan para movilizar a las masas, que son los hombres blancos empobrecidos que forman el 64% de la población de Estados Unidos y acumulan un resentimiento creciente. Las contraélites tienen cabecillas, organización y una posibilidad de tomar el poder por las urnas este año. Pero el establishment también es poderoso y no se va a dejar pisotear sin lucha. Lo que llevamos vivido desde 2016 puede ser tan solo el prólogo de una guerra civil.
Sergio del Molino, Una guerra civil para 2024, ethic.es 02/01/2024
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