L'evolució del model de mercat 1 (Karl Polanyi).
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El papel dominante que juegan los mercados en la economía capitalista, así
como la importancia fundamental que en dicha economía se concede al principio
del trueque o del intercambio, nos obliga a realizar una pesquisa minuciosa
sobre la naturaleza y el origen de los mercados que nos ayude a desembarazarnos
de las supersticiones económicas del siglo XIX.
El trueque, el pago en especie y el canje constituyen un principio de
comportamiento económico que, para ser eficaz, depende del modelo de mercado.
Un mercado es un lugar de encuentro con fines de trueque o de compraventa. Si
este modelo no existiese, aunque sólo fuese de forma local, la propensión al
trueque dispondría únicamente para poder realizarse de un terreno insuficiente,
de tal forma que no podría dar origen a los precios. Del mismo modo que la
reciprocidad se sustenta en un modelo simétrico de organización, y que la
redistribución se ve facilitada por un cierto grado de centralización, se puede
decir que el principio del trueque depende, para ser eficaz, del modelo de
mercado, de modo semejante a como la administración doméstica se basa en la
autarquía. Ahora bien, si la reciprocidad, la redistribución o la
administración doméstica pueden existir en una sociedad sin que ello signifique
adquirir un papel predominante, también el principio del trueque puede ocupar
un lugar subalterno en una sociedad en la que priman otros principios.
En otros aspectos, no obstante, el principio del trueque no puede ser
comparado estrictamente con los otros principios mencionados. El modelo del
mercado, con el que este principio está asociado, es mucho más específico que
la simetría, la centralidad y la autarquía -quienes en contraste con él, son
simples «rasgos» y no generan instituciones dedicadas a una función única-. La
simetría no es nada más que un dispositivo sociológico que no engendra
instituciones independientes, sino que simplemente proporciona a las ya
existentes un modelo al que pueden conformarse (que el modelo de una tribu o de
un pueblo sea simétrico o no, no implica ninguna institución distintiva). Por
su parte, la centralidad, pese a que con frecuencia crea instituciones
distintas, no supone ningún móvil por el cual la nueva institución tenga
necesariamente que adquirir determinados rasgos específicos (el jefe de una
aldea o un personaje oficial de importancia pueden, por ejemplo, asegurar
indiferentemente todo tipo de funciones políticas, militares, religiosas o
económicas). La autarquía económica, por último, no es más que un rasgo
accesorio de un grupo cerrado.
El modelo del mercado, en la medida en que está íntimamente unido a un
móvil particular que le es propio -el del pago en especie o el trueque-, es
capaz de crear una institución específica, más precisamente, es capaz de crear
el mercado. A fin de cuentas ésta es la razón por la que el control del sistema
económico por el mercado tiene irresistibles efectos en la organización de la
sociedad en su conjunto: esto significa simplemente que la sociedad es
gestionada en tanto que auxiliar del mercado. En lugar de que la economía se
vea marcada por las relaciones sociales, son las relaciones sociales quienes se
ven encasilladas en el interior del sistema económico. La importancia vital del
factor económico para la existencia de la sociedad excluye cualquier otro tipo
de relación, pues, una vez que el sistema económico se organiza en
instituciones separadas, fundadas sobre móviles determinados y dotadas de un
estatuto especial, la sociedad se ve obligada a adoptar una determinada forma
que permita funcionar a ese sistema siguiendo sus propias leyes. Es justamente
en este sentido en el que debe ser entendida la conocida afirmación de que una
economía de mercado únicamente puede funcionar en una sociedad de mercado.
Karl Polanyi, La gran
transformación. Crítica del liberalismo económico, Ediciones La Piqueta,
Madrid 1989
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