La utopia liberal de Friedrich Hayek.
El Roto |
Hayek propone un nuevo “orden político de una sociedad
libre” que posee un modelo que llama “una utopía liberal” y “mí utopía
política” (2000). La democracia debe ser limitada, restringida y protegida. Niega el principio de mayoría y otorga a la
minoría poder de veto, cuando esta comparte su versión del liberalismo. Friedman opina que el pluralismo
político debe ser restringido, excluyendo o limitando a los sectores políticos
antisistémicos; por lo tanto, es legítimo intervenir en “el mercado político” mediante
el control social y la represión. En cambio, para Hayek, el Estado en la democracia liberal no debe intervenir en los
procesos económicos, sino propiciar la plena libertad económica y un mercado
libre de restricciones estatales.
Ya en sus primeras obras había señalado la necesidad de formular una
“utopía liberal”: “Lo que nos falta es una utopía liberal, un programa que no
parezca ni una defensa de las cosas tal y como son ni una especie de socialismo
diluido, sino un radicalismo
verdaderamente liberal” (cursivas nuestras, Hayek, 2005, p. 97). Este orden sería absolutamente diferente de
cualquier tipo de socialismo; sería verdaderamente liberal puesto que en este
el mercado no sufriría ninguna forma de interferencia, especialmente de los
sindicatos. Este orden debería ser estable o definitivo, por ello es una
concepción utópica y completamente distinta al orden político actual.
Hayek propone que esta utopía democrática se realice
mediante un específico sistema institucional: “Para alcanzar su objetivo en un
sistema democrático, la separación de los poderes precisa de dos asambleas
distintas, con funciones diferentes e independientes una de la otra” (Hayek, 2007c, p. 135). Debería haber un
parlamento bicameral, en el cual una de las cámaras se asemejaría a las
actuales cámaras de representantes de los sistemas parlamentarios, formadas por
representantes elegidos por los ciudadanos. Esta cámara nombraría a un primer
ministro quien, con su gabinete, ejercería el poder ejecutivo, gobernando y
haciendo cumplir las leyes. Sin embargo, estos parlamentarios no tendrían
ninguna función legislativa.
La función legislativa radicaría exclusivamente en la otra cámara: “La
asamblea legislativa debería ocuparse de la opinión de lo que es justo y no de
la voluntad acerca de objetivos particulares de gobierno” (Hayek, 2007c). Y en otro texto aduce: “La auténtica tarea
legislativa exige que dejando al margen los intereses de las distintas personas
y grupos involucrados, se intente recoger la opinión general en cuanto a cuáles
sean en cada momento los tipos de comportamiento que procede considerar
aceptables o rechazables” (Hayek,
1982c, vol. III, p. 196).
Los miembros de la cámara legislativa no podrían pertenecer ni tampoco
haber pertenecido a un partido político. Para asegurar su independencia,
ejercerían su cargo por quince años y no serían reelegibles. Los ciudadanos
mediante su voto elegirían a estos legisladores, quienes deben poseer
requisitos especiales. En primer lugar, ser personas que han triunfado en la
vida, que fueron los “primeros de la clase”; los que han “demostrado su valía
en la vida ordinaria y que tendrían que dejar sus propios asuntos personales
por un cargo honorífico para el resto de sus vidas” (Hayek, 2007c). “Personas que, en el desarrollo del cotidiano
quehacer, hayan alcanzado una buen reputación, que en su vida privada hubiesen
puesto suficientemente de relieve su nivel de competencia” (Hayek, 1982c, p. 198). Sería necesario,
entonces, crear un registro de ciudadanos que cumplen estos requisitos y que
desearan ser candidatos a legisladores:
Aquí necesitamos una “muestra representativa” del pueblo, y posiblemente de
hombres y mujeres particularmente apreciados por su probidad y sentido común, y
no delegados encargados de promover los intereses particulares de sus
electores. (Hayek, 1982c, p. 136)
Solamente esta cámara legislativa, esta “asamblea de sabios”, como la llama
Hayek, podría actuar de acuerdo con
el interés general. “Cuando se trata del verdadero interés público se precisa
una asamblea que represente no los intereses, sino la opinión de lo que es
justo” (Hayek, 1982c). Este sería un
modelo democrático en el que solo los miembros de una minoría de poder podrían
ser elegidos como representantes del principal poder del Estado; es decir, un
sistema censitario. Hayek es
consciente que este diseño institucional difiere de lo que se llama democracia:
“sugiero que deberíamos llamar a dicho sistema demarquía, un sistema en que el demos no tendría poder bruto” (Hayek 2007c, p. 95).
Según Hayek, solo las personas
exitosas que hayan triunfado en el mercado, que hayan mostrado mediante su
éxito “su valía en la vida ordinaria” y un alto nivel de competencia, poseen el
saber necesario para legislar. Esta creencia se funda en su teoría de las masas
y las elites. Hace suya la postura de Schumpeter
que rechaza el principio de la igualdad básica de los seres humanos, y
asevera que la mayoría está movida por impulsos inmediatos y es incapaz de una
acción reflexiva (Schumpeter, 1983).
Las elites, en cambio, son la minoría que posee en plenitud las capacidades
intelectuales y de carácter personal de que carecen las masas, y, por tanto,
manifiestan una gran capacidad de adaptación al mercado que se manifiesta en su
éxito económico (Schumpeter, 1983).
Así, el saber político par excellence
es el económico. Hayek cree que esta
propuesta institucional aseguraría la plena realización del Estado de derecho
pues la legislación que se dictase estaría exenta de toda excepcionalidad
basada en el mito de la justicia social y estimularía la competencia económica.
Esto generaría, necesariamente, el bienestar de todos. Asimismo, se produciría
la definitiva subordinación de la política al mercado, evitando completamente
el riesgo de la democracia ilimitada. Este modelo democrático se funda en el
supuesto de la tendencia espontánea al equilibrio de los factores del mercado
que no ha sido probado y que, quizá, no sea posible demostrar, como dice
Hinkelammert (1970, cap. A.1.3; 2000, cap. 2).
Jorge Vergara Estevez, Mercado y
sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek, Corporación Universitaria
Minuto de Dios, Bogotá 2015, pp. 215-218
Comentaris