Fragments 1ª Part de "La gran transformació" de Karl Polanyi.
La tesis defendida aquí es que la idea de un mercado que se regula a sí
mismo era una idea puramente utópica. Una institución como ésta no podía
existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de
la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un
desierto. Inevitablemente la sociedad adoptó medidas para protegerse, pero
todas ellas comprometían la autorregulación del mercado, desorganizaban la vida
industrial y exponían así a la sociedad a otros peligros. Justamente este
dilema obligó al sistema de mercado a seguir en su desarrollo un determinado
rumbo y acabó por romper la organización social que estaba basada en él. (…)
Si bien el desencadenante del hundimiento de nuestra civilización ha sido
el fracaso de la economía mundial, éste no ha sido la única causa. Sus orígenes
se remontan a hace más de cien años, a la conmoción social y técnica producida
cuando nació en Europa Occidental la idea de un mercado autorregulador. Es en
nuestra época cuando esta aventura se ha visto consumada y con ella se cierra
una fase específica de la historia de la civilización industrial.
El derrumbamiento del patrón-oro internacional constituyó el lazo invisible
de unión entre la desintegración de la economía mundial a comienzos del siglo
XX y la transformación radical de una civilización que se operó a lo largo de
los años treinta. Si no se tiene conciencia de la importancia vital de este
factor, resulta imposible tener una visión adecuada del mecanismo que condujo a
Europa directamente a su ruina y de las condiciones que explican por qué -cosa
verdaderamente pasmosa- las formas y el contenido de una civilización tenían
que basarse en unos pilares tan frágiles.
Ha sido preciso que se produjese el fracaso del sistema internacional bajo
el que vivimos para que pudiésemos captar su verdadera naturaleza. Casi nadie
comprendía la función política del sistema monetario internacional, y su
terrorífica transformación repentina cogió a todo el mundo por sorpresa. Y, sin
embargo, el patrón-oro era el único pilar que subsistía de la economía mundial
tradicional; cuando se desplomó, los efectos tenían por fuerza que ser inmediatos.
Para los economistas liberales el patrón-oro era una institución puramente
económica, hasta el punto de que rechazaban incluso considerarlo como parte de
un mecanismo social. Esto explica que los países democráticos hayan sido los
últimos en darse cuenta de la verdadera naturaleza de la catástrofe y los más
lentos a la hora de combatir sus efectos. Incluso cuando la catástrofe les
había ya alcanzado, los dirigentes únicamente vieron, tras el derrumbamiento
del sistema internacional, una larga evolución que, en el seno de los países
más avanzados, había vuelto a un sistema anacrónico. En otros términos, eran
incapaces de entender entonces el fracaso de la economía de mercado.
Todos los tipos de sociedades están sometidos a factores económicos. Pero
únicamente la civilización del siglo XIX fue económica en un sentido diferente
y específico, ya que optó por fundarse sobre un móvil, el de la ganancia, cuya validez
es muy raramente conocida en la historia de las sociedades humanas: de hecho
nunca con anterioridad este rasgo había sido elevado al rango de justificación
de la acción y del comportamiento en la vida cotidiana. El sistema de mercado
autorregulador deriva exclusivamente de este
principio.
El mecanismo que el móvil de la ganancia puso en marcha únicamente puede
ser comparado por sus efectos a la más violenta de las explosiones de fervor
religioso que haya conocido la historia. En el espacio de una generación, toda
la tierra habitada se vio sometida a su corrosiva influencia. Como todo el
mundo sabe alcanzó su madurez en Inglaterra, en el curso de la primera mitad
del siglo XIX, en el surco labrado por la Revolución industrial. Se extendió
por el Continente europeo y por América alrededor de unos cincuenta años más
tarde. En Inglaterra, en el Continente e, incluso, en América, opciones
semejantes dieron a los problemas cotidianos una forma que acabó por
convertirse en modelo, cuyos rasgos principales eran idénticos en todos los
países de la civilización occidental. Para encontrar los orígenes del cataclismo
al que nos referimos, es preciso que realicemos un recorrido por las etapas de
grandeza y de decadencia de la economía de mercado.
La sociedad de mercado nació en Inglaterra y, sin embargo, fue en Europa
continental en donde sus debilidades engendraron las complicaciones más
trágicas. Para comprender el fascismo alemán hemos de retornar a la Inglaterra
de Ricardo. El siglo XIX, y nunca se insistirá demasiado en ello, fue el siglo
de Inglaterra. La Revolución industrial fue un suceso inglés. La economía de
mercado, el librecambio y el patrón-oro fueron invenciones inglesas. En los
años veinte estas instituciones se vinieron abajo en todas partes -en Alemania,
en Italia o en Austria las cosas fueron simplemente más políticas y más
dramáticas-. Pero cualesquiera que hayan sido el decorado y el grado de
temperatura de los episodios finales, es en Inglaterra, el país natal de la
Revolución industrial, en donde hay que estudiar los factores de larga duración
que han causado el derrumbe de esta civilización.
Karl Polanyi, La gran
transformación. Crítica del liberalismo económico, Ediciones La Piqueta,
Madrid 1989
Comentaris