Les relacions Mercat-Estat segons Friedrich Hayek.


El Roto
Desde la visión de Hayek, el mercado y el Estado son realidades heterogéneas, el primero es un orden autorregulado y el otro es una organización. Cada uno tiene una esfera propia de acción. El mercado es el orden económico espontáneo de la sociedad y el Estado es una gran organización creada para cumplir un conjunto determinado de objetivos que no pueden ser realizados por el mercado: seguridad ciudadana e internacional, policía, justicia, regulación monetaria y otros. Su relación se vuelve problemática y conflictiva cuando uno irrumpe en la esfera de acción privativa del otro; por ejemplo, cuando el mercado y las empresas buscan asumir todas las funciones públicas eliminando el Estado. Esta es la postura del anarquismo neoliberal de David Friedman que Hayek no comparte. El otro extremo consiste en el completo intervencionismo del Estado en la esfera económica mediante la planificación central o bien la intervención parcial del Estado de bienestar.

Hayek opina que el mercado requiere la existencia del Estado. Este garantiza, mediante la coacción —la Policía y el sistema judicial—, la defensa de la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos, las normas jurídicas y los reglamentos. En general, el Estado debe crear las condiciones, “las reglas del juego”, para su funcionamiento y cautelar el ejercicio de la libertad económica. Por ello, debe dictar la legislación que establezca el marco legal para que el mercado pueda desarrollarse. Esto implica estimular la competencia, así como los descubrimientos tecnológicos y científicos, cuyas ventajas son indudables para todos  (Hayek, 1988, pp. 308-309).


Hayek asevera, taxativamente, que si se procediera de otro modo o si se transgredieran las normas del mercado, los efectos serán negativos para el sujeto y las demás personas. Muchas veces se quiere lograr de forma directa y planificada ciertos efectos que se consideran necesarios o positivos. Para hacerlo, se interfieren los procesos del mercado y el resultado es siempre opuesto a lo que queríamos lograr. Hayek examina diversas situaciones. Por ejemplo, no acepta la interpretación de que la defensa de los salarios, propiciada por los sindicatos, haya producido un alza de salarios reales de los trabajadores mayor del que se hubiese obtenido si los industriales hubieran tenido más recursos para crear nuevas empresas. En su opinión, a corto plazo se puede lograr el objetivo buscado, pero cuando se alteran los delicados mecanismos espontáneos del mercado, se producen efectos inesperados e indeseables, como la disminución de la demanda de empleo y del nivel de inversión, que perjudican a los asalariados, en mayor medida, que los magros beneficios conseguidos con la imposición de niveles artificialmente altos de salarios.

Otro caso es cuando el Estado intenta disminuir las desigualdades económicas creando impuestos progresivos que afectan los mayores ingresos para redistribuirlos a los sectores de menor ingreso. Esto produce un grave efecto negativo: disminuye la capacidad de las elites económicas de experimentar nuevos estilos de vida y productos, al comienzo inaccesibles para los de menores recursos, pero sin la cual el progreso de estos sería más lento (Hayek, 1988, cap. XX).

El tema de las privatizaciones de empresas públicas tiene una importancia secundaria para Hayek. No obstante, propone ampliar la educación privada y pagada, y cuestiona el sistema previsional público, pues este tiene una orientación redistributiva. Está concebido como parte del Estado de bienestar, y prescinde de las necesidades individuales y de las diferencias de aportes de los beneficiarios. Considera mucho más importante la necesidad de liberar el mercado del trabajo de las deformaciones introducidas por el intervencionismo estatal. Una de las principales son los sindicatos, que define como “monopolios patrocinados por el Gobierno”, que solo defienden intereses particulares, y cuya acción corporativa principal es lograr aumentos de salarios.

“Los obreros pueden elevar los salarios por encima de los que prevalecerían en un mercado libre, solamente mediante la limitación de la oferta, retirando parte de la mano de obra” (Hayek, 1988). Esto perjudica al conjunto de los obreros, constituye una forma ilegítima de coacción y puede dañar y llegar a liquidar a empresas. Por lo tanto, propone un plan para combatir y debilitar los grandes sindicatos y fragmentarlos, pues considera que la desregulación del mercado laboral es una condición necesaria, junto con la eliminación de las fijaciones de precios y del proteccionismo estatal de las industrias y exportaciones para “la liberalización de los mercados”.

Finalmente, como se ha dicho, Hayek sostiene que la sociedad de mercado permite que vivan mayor cantidad de personas en comparación con cualquier otro tipo de sociedad. Esto sería una prueba de éxito desde su perspectiva evolutiva. Pero esto no significa que deba o esté obligada a asegurar la vida de todos. Por ello, se plantea un conflicto entre la concepción del mercado de Hayek y la de los derechos humanos. Para el teórico austriaco, el mercado no debe reconocer el conjunto de los derechos humanos, solo debe aceptar y propiciar algunos, los necesarios para el funcionamiento de la sociedad de mercado.

Hayek rechaza el principio de que exista una común dignidad humana y el derecho de todos a la vida. En una de sus últimas obras afirma explícitamente que el solo hecho de vivir no confiere ningún derecho (Hayek, 1990). El humanismo entendido como respeto por toda vida humana, así como la solidaridad hacia los otros, son interpretados por Hayek como atavismos primitivos que deben ser controlados en una sociedad extendida, en la que deben regir “las leyes abstractas de la vida social”, especialmente las de la economía (1981b). Como se señaló, también niega que exista una igualdad humana básica, pues considera que los seres humanos son desiguales evolutivamente. Por ello, solo acepta las llamadas igualdades formales o funcionales: ante la ley, la justicia y el mercado, necesarias para el funcionamiento de la sociedad de mercado. En consecuencia, su concepción de la libertad individual, negativa y abstracta excluye los derechos políticos e intelectuales y los económicos y sociales (Hayek, 1988; Vergara Estévez, 2010). Asimismo, no reconoce la libertad de pensamiento y expresión, y la libre difusión de opiniones, ni considera la libertad intelectual y política como componente necesario de la libertad.

Jorge Vergara Estevez, Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá 2015, pp. 193-196

Bibliografia:

1988, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial
1990, La fatal arrogancia, Centro de Estudios Públicos
1981b, La fuerza de la libertad (entrevista, Realidad II

2010, Hayek pensador de la libertad, Cuarto concurso de ensayo camino de la libertad

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