La crítica al l'Estat del Benestar (Friedrich Hayek).


El Roto

En toda su obra, desde Camino de servidumbre, Hayek realiza una crítica al poder político ejercido por el Estado de Bienestar que consideraba coercitivo. Esta crítica se basa en un modelo o concepción normativa que denomina la política liberal. En este modelo normativo se basa su crítica a la planificación económica central y los proyectos de regulación del Estado de Bienestar de la época, el cual recién empieza a desarrollarse. La tesis central del referido libro es que esa forma de Estado conducirá a un régimen totalitario con una economía de planificación socialista, como el de la Alemania nazi y la Unión Soviética (Hayek, 1982c, cap. XII). Aduce, como prueba, que en Inglaterra se estaban difundiendo las mismas ideas intervencionistas que se habían hecho predominantes en Alemania, desde las primeras décadas del siglo pasado (Hayek, 1976, pp. 28-31).


Hayek en uno de sus últimos artículos de 1980, que significativamente denominó “El ideal democrático y la contención del poder”, reafirma y profundiza su cuestionamiento a los Estados de Bienestar, u sistema político y régimen parlamentario (Hayek, 1980). Los denomina “democracias de negociación”, que no deben confundirse con “democracias de masas”. En ellas los Gobiernos están limitados por lo que desean las masas. En cambio, en una democracia de negociación, el Gobierno requiere contar con la confianza política del parlamento.

Considera que esta forma de gobierno es débil frente a los diferentes grupos de presión y a los partidos, los cuales representan intereses particulares y específicos. Sin embargo, respecto a la sociedad, esta es una “democracia ilimitada” porque no respeta ninguno de los principios del liberalismo clásico de limitación del poder político, destinados a evitar el “uso arbitrario del poder”. Estos son “la separación de los poderes, la regla o soberanía de la ley, el gobierno bajo la ley, la distinción entre la ley pública y privada, y las reglas del procedimiento judicial” (Hayek, 1980, p. 15). Ambas características, su práctica negociadora y poder ilimitado, están íntimamente ligadas.

En consecuencia, el “Gobierno ilimitado” se convierte, según Hayek, en una “democracia totalitaria”. Cabe destacar el uso de la categoría de “totalitarismo” para denominar las democracias parlamentarias del Estado de Bienestar y la identificación que establece entre la democracia social y la totalitaria. Según Hayek, “Esparta llegó a constituir el ideal de libertad tanto para Rousseau, como para Robespierre y Saint-Just y la mayoría de los actuales partidarios de la ‘democracia social’ o ‘democracia totalitaria’” (1988, p. 78).

En los Estados de Bienestar, asevera Hayek, el Gobierno se vuelve omnipotente porque concentra el poder de legislar y gobernar en un mismo cuerpo político y otorga carácter absoluto al principio de la mayoría, basado en el cual ejerce coacción ilegítima sobre la minoría. Esta es una forma de Gobierno arbitrario porque carece de reglas abstractas y generales que guíen su legislación. En este sistema se consideran justos los acuerdos solo porque son producto de las mayorías parlamentarias y no porque correspondan a los principios impersonales de justicia. Con frecuencia, sus leyes son el resultado de espurias negociaciones entre partidos y grupos de poder; atentan contra el derecho de propiedad al establecer nuevos impuestos o restringir el uso de bienes y afectan ilegítimamente la libertad individual cuando limitan la libertad de contratar, vender o comprar productos.

Al abandonar el principio de la limitación del poder, que es una condición necesaria del Estado de derecho, el Estado de Bienestar establece la “soberanía del parlamento”, y abandona el principio clásico de “la soberanía de la ley”. (…)
Se expondrá que, en contraste, el modelo político hayekiano es de un “Gobierno limitado”, basado en la recuperación de “la soberanía de la ley”. Hayek señala que la diferencia básica entre ambas es que en la soberanía de la ley la legislación corresponde al concepto normativo de ella, el cual se pierde con la soberanía parlamentaria. Para esta interpretación, el parlamentarismo contemporáneo ha producido la decadencia del Estado de derecho y de la ley. Esta habría dejado de ser la expresión de normas sociales, basada en la experiencia secular sedimentada en el derecho consuetudinario. Ha perdido sus rasgos de universalidad, abstracción e impersonalidad; ha llegado a confundirse con cualquier disposición emanada del parlamento destinada a favorecer grupos particulares a costa de los demás.

Estas transformaciones del concepto de soberanía y del sentido de la ley han significado la decadencia del Estado de derecho. La política se ha convertido en un “juego de suma cero”, es decir, un conjunto de transferencias de los perdedores a los ganadores, análogo a una lotería gigantesca, a una lucha por el despojo mutuo, y en la cual se nos obliga a participar.

El Estado se ha convertido en “un poder paternalista que gobierna la mayoría de los ingresos de la comunidad y los distribuye en la forma y cantidades que, según la autoridad, la gente necesita o merece” (Hayek, 1988, p. 354). Esto genera una lucha generalizada por el control del Estado (1980, p. 14). Se trata de una situación de desorden insuperable; una especie de “guerra de todos contra todos”, como la llamaba Hobbes en el Leviatán, porque no hay límites institucionales a la instauración de intereses de grupos particulares que se imponen perjudicando a todos. En ese sentido, el régimen parlamentario es lo opuesto al mercado, pues aquí no existe ninguna mano invisible o “tendencia al equilibrio” de los factores políticos que pueda generar un orden político estable.

El Estado de Bienestar declara que busca realizar “el principio de justicia social”. Para Hayek, esto autorizaría al Estado a “redistribuir”, es decir, a otorgar beneficios especiales por la vía política y fuera del mercado. Sin embargo, para él, la justicia social es solo un mito peligroso y erróneo. Por esto, “en el régimen parlamentario actual se ha perdido el sentido de la verdadera justicia y se ha llegado a considerar ‘justo’ cualquier acuerdo de la mayoría sobre las bondades de una medida en particular” (Hayek, 1980, p. 30).

En síntesis, sostiene que esta forma de Estado significa la politización total de la sociedad; el debilitamiento de la autoridad; la pérdida de autonomía del Estado; la distorsión de sus funciones propias y la dificultad para realizarlas, y la decadencia del Estado de derecho. Para describir esta situación de carácter estatista, Schmitt elaboró el concepto de totalitarismo. Posteriormente, Hayek y Hannah Arendt emplean este término para caracterizar los regímenes soviético y nazista. La crítica de Hayek a la forma de hacer política del Estado de Bienestar tiene, asimismo, una dimensión moral.

Sus análisis están inspirados en la idea de Lord Acton, citada por Hayek, sobre el carácter corruptor del poder: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Según Hayek, los dirigentes políticos que participan de este sistema se muestran incapaces de frenar sus deseos ilegítimos de realizar “objetivos particulares”. El modo de evitar la corrupción que produce el poder ilegítimo consiste siempre en limitarlo, tanto el del Estado respecto a la sociedad y los individuos; así como los poderes dentro del Estado.


Hayek considera que la acción política del Estado de Bienestar está conduciendo a un régimen de opresión total. Esta interpretación confiere a su obra un carácter de dramática predicción. Estima que la situación es gravísima porque la mayoría de las personas no han tomado conciencia de su servidumbre. Hayek en Camino de servidumbre de 1944 advertía que su generación considera segura la libertad, pero no se da cuenta del peligro y le falta el valor para liberarse de las doctrinas que la conducen al abismo. “A corto plazo somos cautivos de las ideas que hemos engendrado. Solo si reconocemos a tiempo el peligro podemos tener la esperanza de conjurarlo” (Hayek, 1976, p. 29). Unos años más tarde, en Los fundamentos de la libertad de 1960, Hayek intenta explicar por qué las masas no comprenden esta situación de amenaza política y de pérdida de libertad económica que implica graves riesgos para la sociedad:

El problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los asalariados, resultando difícil hacerles comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar decisiones, sin relación alguna con los primeros. Por cuanto viven sin preocuparse de tales decisiones, no comprenden la necesidad de adoptarlas, despreciando actuaciones que ellos casi nunca necesitan practicar. (1988, p. 146).

Sin embargo, el problema no solo consiste en la dificultad de hacer comprender a la mayoría de asalariados que su interés reside en el estricto cumplimiento de las leyes del mercado, sino en el hecho de que no aceptan “la dirección moral e intelectual” de las elites, como diría un gramsciano. En 1980 Hayek señala que la libertad se encuentra gravemente amenazada por el afán de la mayoría de querer imponer sus criterios y opiniones a los demás (Hayek, 1980).98 Mantuvo esta misma postura a lo largo de su vida; por ejemplo, en 1973 escribió: “Nunca me he sentido tan pesimista como ahora de las posibilidades de mantener una economía de mercado que funcione, y esto se aplica también a las perspectivas de mantener un orden político libre” (Hayek, 2007c, p. 140).



Jorge Vergara Estevez, Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá 2015, pp. 201-207

Bibliografia:

1982c, Derecho, legislación y libertad. El orden político de una sociedad libre (vol III), Unión Editorial
1976, Camino de servidumbre, Alianza
1980, El ideal democrático y la contención del poder, Estudios Públicos

1988, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial

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