L'evolució del model de mercat 4 (Karl Polanyi).
Para el evolucionista, que piensa que las cosas siempre se engendran con
gran facilidad unas a otras, puede resultar escandaloso que el comercio local y
el comercio a larga distancia estén tan definitivamente separados. Y, sin
embargo, este hecho específico proporciona la clave de la historia social de la
vida urbana en Europa occidental y tiende a apuntalar fuertemente lo que hemos
dicho acerca del origen de los mercados, deducido de las condiciones reinantes
en las economías primitivas. Quizás la división neta que hemos trazado entre el
comercio local y el comercio a larga distancia pueda parecer demasiado rígida,
en particular en la medida en que nos ha conducido a esta conclusión un tanto
sorprendente: a saber, que ni el comercio a larga distancia ni el comercio
local habían engendrado el comercio interior de los tiempos modernos. Esto no
nos dejaba aparentemente otra opción, para conseguir una explicación, que
buscarla en el deus ex machina de la
intervención estatal. Vamos a comprobar que, también en este caso, las
investigaciones recientes apoyan nuestras conclusiones. Pero antes de pasar a
ello, tracemos someramente la historia de la civilización urbana en la forma
que adopta debido al peculiar desnivel existente entre comercio local y el
comercio a larga distancia en los límites de la ciudad medieval.
Esta discrepancia estuvo en realidad en el centro de la institución de las
ciudades medievales. La ciudad era una organización de burgueses. Únicamente
ellos tenían derecho de ciudadanía y el sistema reposaba en la distinción entre
burgueses y no burgueses, y, por supuesto, ni los campesinos ni los
comerciantes de otras ciudades eran burgueses. Pero mientras que la influencia
militar y política de la ciudad permitía mantener a raya a los campesinos de
los contornos, esta autoridad no podía ejercerse contra los comerciantes
extranjeros. Los burgueses se encontraban por tanto en una posición muy
diferente, según se tratase del comercio local o del comercio a larga
distancia.
La reglamentación de los productos alimenticios implicaba la aplicación de
métodos tales como la publicidad obligatoria de las transacciones y la
exclusión de intermediarios, métodos que servían para controlar el comercio y
para evitar la subida de los precios. Esta reglamentación, sin embargo, era
únicamente eficaz para el comercio establecido entre la ciudad y sus comarcas
inmediatas. En cuanto al comercio a larga distancia, la situación era
completamente diferente. Las especias, salazones y vinos tenían que ser
transportados desde enormes distancias, lo que implicaba la intervención del
comerciante extranjero y la aceptación de sus métodos, propios del comercio
capitalista al por mayor. Este tipo de comercio quedaba fuera de la
reglamentación local y lo máximo que se podía hacer era excluirlo, en la medida
de lo posible, del mercado local. La prohibición absoluta de comerciar al
detalle que se imponía a los comerciantes extranjeros pretendía justamente
lograr este fin. Cuanto mayor era el volumen del comercio al por mayor del
capitalista, más estricta se hacía la imposición de su exclusión de los
mercados locales en donde habría podido figurar como importador.
Para los artículos industriales, la separación entre comercio local y
comercio a larga distancia era aún mayor, pues, en esta clase de comercio, toda
la organización de la producción destinada a la exportación estaba
comprometida. Esto está en relación con la naturaleza misma de las
corporaciones de oficios, en cuyo marco está organizada la producción
industrial. En el mercado local la producción estaba reglamentada en función de
las necesidades de los productores: se limitaba a la remuneración. Este
principio no se aplicaba por supuesto a las exportaciones: en este caso, los
intereses de los productores no fijaban límite alguno a la producción. De aquí
se seguía que, si el comercio local estaba estrictamente reglamentado, la
producción destinada a la exportación no dependía más que formalmente de las
corporaciones. La industria exportadora dominante en la época -el comercio de
tejidos- estaba de hecho organizada sobre la base capitalista del trabajo
asalariado.
La reacción de la vida urbana ante un capital móvil que amenazaba con
desintegrar las instituciones de la ciudad consistió fundamentalmente en
separar de forma cada vez más estricta el comercio local y el comercio de
exportación. Para evitar el peligro del capital móvil la ciudad medieval
prototípica no intentó colmar el desnivel que separaba a un mercado local,
controlable en sus aspectos aleatorios, de un comercio a larga distancia que
resultaba incontrolable. Por el contrario, presentó cara directamente al
peligro aplicando, con el más extremo rigor, esta política de exclusión y de
protección que constituía su razón de ser.
Esto significaba en la práctica que las ciudades suprimían todos los
obstáculos posibles para la formación de este mercado nacional o interior que
reclamaba el capitalista mayorista. A partir de entonces el principio de un
comercio local no concurrencial y de un comercio a larga distancia, asimismo no
concurrencial y realizado de ciudad en ciudad, era mantenido y, de este modo,
los burgueses impedían por todos los medios a su disposición la absorción de
las zonas rurales en el espacio del comercio, así como la instauración de la
libertad de comercio entre las ciudades del país. Fue esta evolución la que
impulsó al Estado territorial a adoptar un protagonismo como instrumento de la
«nacionalización» del mercado y como creador del comercio interior.
En los siglos XV y XVI la acción deliberada del Estado impuso el sistema
mercantil al proteccionismo más encarnizado de ciudades y principados. El
mercantilismo destruyó el particularismo superado del comercio local e
intermunicipal haciendo saltar las barreras que separaban estos dos tipos de
comercio no concurrencial, dejando así el campo libre a un mercado nacional que
ignoraba cada vez más la distinción entre la ciudad y el campo, así como la
distinción entre las diversas ciudades y provincias.
Karl Polanyi, La gran
transformación. Crítica del liberalismo económico, Ediciones La Piqueta,
Madrid 1989
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