L'evolució del model de mercat 3 (Karl Polanyi).
El procedimiento habitual es más bien el de dar libre curso a la motivación
opuesta. El donante puede simplemente dejar caer el objeto sobre el suelo y el
receptor hacer como si lo recogiese por azar, es decir, dejar a uno de sus
acólitos el cuidado de hacerlo en su lugar. Nada sería más contrario al comportamiento
socialmente aceptado que examinar lo que se acaba de recibir a modo de
contrapartida. Podemos sospechar con toda verosimilitud que esta actitud
refinada no responde a una auténtica falta de interés por el aspecto material
de la transacción, por lo que cabría pensar que, en realidad, el ceremonial del
trueque responde a un fenómeno de neutralización destinado a limitar la
amplitud de las transacciones.
A decir verdad, y si tenemos en cuenta los datos disponibles, sería
temerario afirmar que los mercados locales nunca se desarrollaron a partir de
trueques individuales. Por muy oscuros que sean sus inicios se puede sin
embargo afirmar que, desde el comienzo, esta institución ha estado acompañada
de unas determinadas garantías destinadas a proteger la organización económica
dominante de la sociedad contra la ingerencia de las prácticas del mercado. La
paz del mercado quedaba asegurada a costa de rituales y ceremonias que
restringían su radio de acción, a la vez que garantizaban su capacidad de
funcionar en los estrechos límites que le eran asignados. El resultado más
importante de los mercados -el nacimiento de las ciudades y
de la civilización urbana- fue, en realidad la consecuencia de una
paradójica evolución, pues las ciudades, vástagos de los mercados, fueron no
solamente su parapeto protector sino también el instrumento que les impedía
extenderse al campo y ganar así terreno en la organización económica dominante
de la sociedad. Posiblemente son los dos sentidos del verbo «contener» lo que
expresa mejor esta doble función de las ciudades en relación a los mercados, la
de protegerlos y la de impedir su extensión.
La disciplina del mercado era aún más estricta que la del trueque, rodeado
a su vez de tabúes destinados a impedir que este tipo de relaciones humanas
usurpase las funciones de la organización económica propiamente dicha. -Veamos
un ejemplo tomado del país Chaga: «Hay que ir regularmente al mercado los días
de mercado. Si cualquier suceso impide que el mercado se celebre en un día
determinado o en más, los negocios no podrán reiniciarse hasta que el lugar en
el que se celebra el mercado no haya sido purificado (...). Cada afrenta que
acontezca en el mercado y lleve consigo efusión de sangre precisará una
expiación inmediata. A partir de ese momento ninguna mujer podrá abandonar el
mercado, ni tocar a ninguna de las mercancías, que deberán ser lavadas antes de
llevarlas y de utilizarlas para alimentarse. Como mínimo, una cabra deberá ser
sacrificada inmediatamente. Una expiación más costosa y más importante sería
necesaria si una mujer pariese o abortase en el mercado. En este caso, sería
preciso el sacrificio de un animal que dé leche. Además de esto, habría que
purificar la granja del jefe con la sangre sacrificial de una vaca lechera.
Todas las mujeres del país, distrito por distrito, debían de ser asperjadas» .
Parece claro que reglas de este tipo no facilitaban la extensión de los
mercados.
Resulta sorprendente comprobar que el mercado local típico, en el que las
mujeres de su casa se procuran lo que necesitan a diario y donde los
productores de granos y de legumbres, así como los artesanos locales, ofrecen
sus artículos a la venta, no varía cualesquiera sean la época y el lugar. No es
solamente en las sociedades primitivas donde las aglomeraciones de este tipo se
han generalizado, sino que subsistieron casi sin cambios hasta la mitad del
siglo XVIII en los países más avanzados de Europa occidental. Constituyen una
característica de la vida local y difieren muy poco unas de otras: en poco se diferencian
los mercados que responden a la vida tribal de África central, los de una cité de la Francia merovingia o el de un
pueblo escocés de la época de Adam Smith.
Lo que es verdad para los pueblos lo es también para la ciudad. Los mercados
locales son esencialmente mercados de vecindad y, por mucha importancia que
tengan para la vida de la comunidad, nada indica, en todo caso, que el sistema
económico dominante se modele a partir de ellos. Estos mercados no han
constituido el punto de partida del mercado interior o nacional.
Karl Polanyi, La gran
transformación. Crítica del liberalismo económico, Ediciones La Piqueta,
Madrid 1989
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