Fragments Capítol 2 "La societat de l'espectacle".
Guy Debord |
Capítulo
2
35 En ese movimiento esencial del espectáculo, que consiste en incorporarse
todo lo que en la actividad humana existía en estado fluido para poseerlo en estado coagulado como cosas que han
llegado a tener un valor exclusivo por su formulación
en negativo del valor vivido, reconocemos a nuestra vieja enemiga, que tan
bien sabe presentarse al primer golpe de vista como algo trivial que se
comprende por sí mismo, cuando es por el contrario tan compleja y está tan
llena de sutilezas metafísicas, la
mercancía.
36 Éste es el principio del fetichismo de la mercancía, la dominación de la
sociedad por "cosas suprasensibles aunque sensibles" que se cumple de
modo absoluto en el espectáculo, donde el mundo sensible se encuentra
reemplazado por una selección de imágenes que existe por encima de él y que al
mismo tiempo se ha hecho reconocer como lo sensible por excelencia.
37 El mundo a la vez presente y ausente que el espectáculo hace ver es el mundo de la mercancía
dominando todo lo que es vivido. Y el mundo de la mercancía se muestra así tal como es, puesto que su movimiento
equivale al distanciamiento de los
hombres entre sí y respecto de su producto global.
38 … la forma-mercancía es de parte a parte la igualdad a sí misma, la
categoría de lo cuantitativo. Desarrolla lo cuantitativo y no puede
desarrollarse más que en ello.
39 Este desarrollo que excluye lo cualitativo está sujeto a su vez, en
tanto que desarrollo, al salto cualitativo: el espectáculo significa que ha
traspuesto el umbral de su propia
abundancia …
40 El desarrollo de las fuerzas productivas ha sido la historia real inconsciente que ha construido y modificado las
condiciones de existencia de los grupos humanos como condiciones de
subsistencia y la extensión de estas condiciones: la base económica de todas
sus iniciativas. El sector de la mercancía ha sido, en el interior de una
economía natural, la constitución de un excedente de la subsistencia. La producción de mercancías, que implica el cambio
de productos diversos entre productores independientes, ha podido seguir siendo
artesanal durante mucho tiempo, contenida en una función económica marginal
donde su verdad cuantitativa todavía estaba oculta. Sin embargo, allí donde
encontró las condiciones sociales del gran comercio y de la acumulación de
capitales se apoderó del dominio total sobre la economía. La economía entera se
transformó entonces en lo que la mercancía había mostrado ser en el curso de
esta conquista: un proceso de desarrollo cuantitativo. Este despliegue
incesante del poderío económico bajo la forma de la mercancía, que ha
transformado el trabajo humano en trabajo-mercancía, en salario, desembocó acumulativamente en una abundancia donde la
cuestión primaria de la subsistencia está sin duda resuelta, pero de forma que
siempre reaparezca: cada vez se plantea de nuevo en un grado superior. El
crecimiento económico libera las sociedades de la presión natural que exigía su
lucha inmediata por la subsistencia, pero aún no se han liberado de su
liberador. La independencia de la
mercancía se ha extendido al conjunto de la economía sobre la cual reina. La
economía transforma el mundo, pero lo transforma solamente en mundo de la
economía. La seudonaturaleza en la cual se ha alienado el trabajo humano exige
proseguir su servicio hasta el
infinito, y este servicio, no siendo juzgado ni absuelto más que por sí mismo,
obtiene de hecho la totalidad de los esfuerzos y de los proyectos socialmente
lícitos como servidores suyos. La abundancia de mercancías, es decir, de la
relación mercantil, no puede ser más que la subsistencia
aumentada.
41. Con la revolución industrial, la división manufacturera del trabajo y
la producción masiva para el mercado mundial, la mercancía aparece
efectivamente como una potencia que viene a ocupar realmente la vida social. Es
entonces cuando se constituye la economía política, como ciencia dominante y
como ciencia de la dominación.
42 El espectáculo señala el momento en que la mercancía ha alcanzado la
ocupación total de la vida social. La relación con la mercancía no sólo es
visible, sino que es lo único visible: el mundo que se ve es su mundo.
43 Mientras que en la fase primitiva de la acumulación capitalista "la
economía política no ve en el proletario
sino al obrero", que debe
recibir el mínimo indispensable para la conservación de su fuerza de trabajo,
sin considerarlo jamás "en su ocio, en su humanidad", , esta posición
de las ideas de la clase dominante se invierte tan pronto como el grado de
abundancia alcanzado en la producción de mercancías exige una colaboración
adicional del obrero. Este obrero redimido de repente del total desprecio que
le notifican claramente todas las modalidades de organización y vigilancia de
la producción, fuera de ésta se encuentra cada día tratado aparentemente como
una persona importante, con solícita cortesía, bajo el disfraz de consumidor.
Entonces el humanismo de la mercancía
tiene en cuenta "el ocio y la humanidad" del trabajador, simplemente
porque ahora la economía política puede y debe dominar esas esferas como tal economía política. Así "la
negación consumada del hombre" ha tomado a su cargo la totalidad de la
existencia humana.
44 El espectáculo es una guerra del opio permanente dirigida a hacer que se
acepte la identificación de los bienes con las mercancías; y de la satisfacción
con la subsistencia ampliada según sus propias leyes. Pero si la subsistencia
consumible es algo que debe aumentar constantemente es porque no deja de contener la privación. Si no hay ningún
más allá de la subsistencia aumentada, ningún punto en el que pueda dejar de
crecer, es porque ella misma no está más allá de la privación, sino que es la
privación que ha llegado a ser más rica.
47 … el consumo como uso bajo su forma más pobre (comer, habitar) ya no
existe sino aprisionado en la riqueza ilusoria de la subsistencia aumentada, la
verdadera base de la aceptación de la ilusión en el consumo de las mercancías
modernas en general. El consumidor real se convierte en consumidor de
ilusiones. La mercancía es esta ilusión efectivamente real, y el espectáculo su
manifestación general.
49 El espectáculo es la otra cara del dinero (…) El espectáculo es el
dinero que solamente se contempla porque en él la totalidad del uso ya se ha
intercambiado con la totalidad de la representación abstracta.
50 El capital ya no es el centro invisible que dirige el modo de
producción: su acumulación lo despliega hasta en la periferia bajo la forma de
objetos sensibles. Toda la extensión de la sociedad es su retrato.
51 La victoria de la economía autónoma debe ser al mismo tiempo su
perdición. Las fuerzas que ha desencadenado suprimen la necesidad económica que fue la base inamovible de las sociedades
antiguas. Al reemplazarla por la necesidad del desarrollo económico infinito no
puede sino reemplazar la satisfacción de las primeras necesidades humanas,
sumariamente reconocidas, por una fabricación ininterrumpida de pseudonecesidades
que se resumen en una sola pseudonecesidad de mantener su reino. Pero la
economía autónoma se separa para siempre de la necesidad profunda en la medida
en que abandona el inconsciente social
que dependía de ella sin saberlo. "Todo lo que es consciente se desgasta.
Lo que es inconsciente permanece inalterable. Pero una vez liberado ¿no cae a
su vez en ruinas?" (Freud).
52 En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la
economía, de hecho, depende de ella. Esta potencia subterránea, que ha crecido
hasta aparecer soberanamente, ha perdido también su poder. Allí donde estaba el
ello económico debe sobrevenir el yo. El sujeto no puede surgir más que de
la sociedad, es decir, de la lucha que reside en ella misma. Su existencia
posible está supeditada a los resultados de la lucha de clases que se revela
como el producto y el productor de la fundación económica de la historia.
53 La conciencia del deseo y el deseo de la conciencia conforman por igual
este proyecto que, bajo su forma negativa, pretende la abolición de las clases,
es decir la posesión directa de los trabajadores de todos los momentos de su
actividad. Su contrario es la
sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí misma en el
mundo que ha creado.
Guy Debord, La
sociedad del espectáculo (1967), Traducción José Luis Pardo, Revista
Observaciones Filosóficas.
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