La crisi econòmica com a destí.
El miedo y la resignación han hecho que parte de la sociedad llegara a asumir el discurso que dice que tocan años de penitencia para pagar los excesos cometidos en el pasado reciente. Explotar el sentimiento de culpabilidad de la ciudadanía ha sido siempre un eficaz instrumento de todo poder. Y más en un país católico, donde la culpa reina desde la más tierna infancia. Pero realmente es de un cinismo considerable que se acuse a la ciudadanía de una especie de orgía del dinero, cuando la gran mayoría de los habitantes de este país tienen sueldos inferiores a los 20.000 euros anuales. ¿Alguien me puede decir qué despilfarros y qué excesos se pueden cometer desde este punto de partida? ¿Querer tener un piso en propiedad? Es lo que machaconamente se les aconseja día tras día. Y los bancos no han tenido escrúpulos en estimular la imprudencia.
Todo conduce al 20-N por la vía de la resignación: los silencios de Rajoy, la dificultad de Rubalcaba para ganar credibilidad desmarcándose de un Gobierno del que formó parte, la larga agonía de un Gobierno cuyo tiempo pasó hace meses. Sin embargo, el momento merecería más. Merecería que la política luciera con todo su esplendor, porque en el fondo el camino que las cosas tomen ya no solo para España, sino para Europa entera, dependerá de la recuperación de la política, de que la política vuelva a ejercer su primacía. No puede ser que falte dinero para las cosas elementales, pero se encuentre siempre el dinero necesario para reflotar bancos o cajas. No puede ser que se sigan alimentando ficciones para no afrontar la realidad: Grecia no puede ni podrá pagar.
Se puede decir de muchas maneras. Se puede decir que estamos en una doble transición del capitalismo industrial al capitalismo financiero y de las economías nacionales a la economía global. Se puede decir que desde primeros de los 80 se fue construyendo una hegemonía del capital financiero, cuyos efectos se avisaron en repetidas burbujas, y que nos ha llevado a la situación actual. Y se puede decir, como Max Otte, que "un complejo de poder de conocimiento y dinero" -la oligarquía financiera- con enormes conexiones con los Gobiernos es "el centro del poder" y "determina nuestra vida cotidiana de una forma mucho más directa de lo que nunca pudo hacerlo el complejo militar-industrial" que en su día denunció el presidente Eisenhower.
Pero cualquiera de estas fórmulas lleva al mismo punto: el equilibrio entre poder político y poder económico que dio estabilidad y democracia se ha roto, inclinándose desmesuradamente en favor del último. Frente a ello, la ciudadanía necesita de la política para defenderse. Necesita políticos capaces de utilizar toda la fuerza de la legitimidad democrática, incluso frente al poder financiero. Y, sin embargo, entramos en una campaña que el PP se empeña en que sea lo más apolítica posible. Para que todos asumamos la crisis como una fatalidad, un destino.
Josep Ramoneda, Defendámonos, El País, 06/10/2011
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