Jo també vull ser banquer.
El de banquero es el único oficio en que puedes cobrar una millonada por fracasar profesionalmente y llevar a tu empresa a la quiebra. Es como si un cirujano cobrase más cuando se le mueren los pacientes, o un arquitecto cuando se le caen los edificios. El mundo al revés.
Los más ingenuos podían creer que eso eran cosas que solo pasaban fuera, pero lo que hemos conocido estas semanas acerca de los sueldos, indemnizaciones, pensiones y otros privilegios de los altos directivos de algunas cajas deja muy claro que aquí también cocemos de estas habas, y en cantidad.
Sin entrar ahora a valorar lo que de expolio, indecencia y delito haya en esas conductas, sí me interesa hacer cinco preguntas.
Primera: ¿Qué explicación tienen esos sueldos desproporcionados?
En las escuelas de negocios se explica a los alevines de banquero que los elevados salarios que recibirán serán la contrapartida a su talento gerencial. Y se les dice que como ese talento es escaso, el salario es elevado. Les aseguro que este argumento es pura filfa. Existe una amplia investigación académica que lo desmiente. Son los propios altos directivos los que fijan la cuantía de sus ingresos e indemnizaciones, sin que la calidad de su gestión tenga nada que ver con sus ingresos. Para muestra, las cajas quebradas.
Un equipo de la Universidad de Harvard dirigido por un especialista en el tema, Lucian Bebchuk, ha analizado las retribuciones cobradas entre 2000 y 2008 por los directivos de Lehman Brothers y de Bear Stearns. Comprueban que han sido elevadísimas. Hablan de "salarios del fracaso". En realidad, estos dos casos responden a una tendencia general de crecimiento desmesurado de los salarios del sector financiero. Cobran entre un 30% y un 50% más que los directivos del resto del sector privado. Y estarán de acuerdo conmigo que su trabajo no es un 50% socialmente más productivo que el de un ingeniero o un maestro, por ejemplo.
Esto no ha sido siempre así. En EE UU los salarios y otras compensaciones fueron, de media, muy similares en los sectores financiero y no financiero desde los años cuarenta a los ochenta. Pero a partir de esa fecha, coincidiendo con la desregulación, se fue abriendo una brecha creciente, como ha puesto de manifiesto el informe final de la Financial Crisis Inquiry Comisission de 2011.
Segunda: ¿Qué responsabilidad han tenido estos salarios del fracaso en la crisis?
Han sido determinantes. El testimonio de la agencia reguladora británica, la Financial Services Authority, es conclusivo: "Llevaron a la crisis (...) al premiar la obtención de beneficios a corto plazo. Esto generó incentivos de los directivos para desarrollar prácticas indebidamente tendentes al riesgo (...) minando los sistemas que habían sido creados para su control".
Cobramos mucho porque hacemos crecer a nuestros bancos, vienen a decir los directivos. El problema es que para lograrlo entran en operaciones de altísimo riesgo, contrarias a la buena práctica bancaria, y hacen crecer a sus empresas de forma explosiva. Todo con una perspectiva de corto plazo, para aplicarse aquello de "coge el dinero y corre", y el que sean los contribuyentes los que al final paguen los estropicios.
Tercera: ¿Cómo nadie puso coto a este expolio, entre los muchos que estaban obligados a hacerlo?
Los órganos de control interno, los integrantes de las asambleas generales, las comunidades autónomas con responsabilidad de tutela y, especialmente, el Banco de España tienen una misión de vigilancia que no han ejercido, o lo han hecho de forma negligente.
Esa negligencia creó un entorno interno y externo benigno y tolerante para las prácticas financieras arriesgadas y las elevadas retributivas. Con los modelos de control de riesgo de los bancos y cajas funcionó una variante de la conocida Ley de Gresham, que dice que cuando en un país circulan dos monedas de curso legal, la moneda mala o débil acaba sustituyendo a la buena en el día a día. De la misma forma, las malas prácticas de control de riesgos internos fueron sustituyendo a las buenas, sin que nadie, especialmente el supervisor, pusiera coto. El resultado está a la vista.
Cuarta: ¿Cómo solventar a partir de ahora a esta desmesura y expolio?
El camino no es fijar por ley las retribuciones de los directivos. Se necesita transparencia (¿por qué es público el salario del presidente del Gobierno y no el de directivo de una caja?). Pero el único factor que puede constreñir de forma efectiva esas retribuciones es lo que Lucien Bebchuk denomina "límite de indignación". Es decir, la reacción airada de la opinión pública, los trabajadores, los accionistas y los políticos frente a las conductas abusivas. Estoy de acuerdo. Lo que determina el nivel de decencia en los salarios de los directivos no es la regulación pública, es la cultura moral cotidiana de la sociedad. Es la sociedad y la política, y no la economía, la que ha de poner límites a las prácticas retributivas abusivas de los banqueros.
Y, quinta pregunta: ¿Qué hay que hacer con las cajas intervenidas utilizando el dinero de los contribuyentes?
La solución no puede ser venderlas a precio de saldo al primer comprador privado que aparezca por la puerta. Las cajas, como institución financiera, no han sido un fracaso. Ahí están Ibercaja, las cajas vascas y otras para demostrar que gestionadas de forma profesional y honesta son un instrumento eficiente y muy valioso para los territorios en que operan. El camino no es dar un paso adelante, privatizándolas, sino un paso atrás: volver a lo que nunca debieron dejar de ser. Esa es la responsabilidad del Banco de España y del Gobierno. Y no pueden volver a fallar.
Antón Costas, Los salarios del fracaso, Negocios. El País, 16/10/2011
Comentaris