Què diferencia la intel·ligència artificial de la intel·ligència humana?








Desde los años 50, cuando aquel famoso grupo de Dartmouth decide que esto se denominará Inteligencia Artificial, arrastramos dos problemas: sobreentender que esta tecnología es inteligente en el sentido en el que nosotros lo somos y entender que es artificial en cuanto a algo etéreo que no ocupa espacio ni lugar en la nube, cuando realmente es una tecnología muy sucia que consume mucha energía, produce mucha basura y en la que hay más gente humana trabajando de lo que el nombre artificial da a entender.

Lo que me parece que nos ha aportado más inconvenientes que ventajas es el hecho de que se llame “inteligencia” como nuestra propiedad, hecho que hace que la comparemos continuamente, que nos sintamos sustituibles por ella, o que compitamos con ella.


La IA es inteligente porque hace cosas que a nosotros nos cuestan, como calcular, gestionar muy bien una gran complejidad y cantidad de datos o descubrir patrones con facilidad. No es inteligente en el sentido de que no es consciente de lo que sabe. Es decir, no tiene un saber reflexivo, sino reflejo.

Otra diferencia es que nosotros somos bastante capaces de enfrentarnos a situaciones novedosas, para las cuales no nos han preparado. Seguramente la educación tiene mucho que ver en esto, ya que preparamos a los estudiantes, o incluso a nuestros hijos e hijas, a que tengan los recursos suficientes para manejar situaciones imprevistas. Esto, en el caso de las máquinas, no se dará, ya que, en principio, hacen aquello para lo que explícitamente se les ha programado.

Hay cosas que la IA hace muy bien. En el caso de un discurso de inauguración cualquiera, en el que un alcalde tiene entre cinco y diez minutos para decir unas palabras, no se hace una gran aportación intelectual, por lo que seguramente eso lo puede hacer una IA. Ahora, hay que hacerle las preguntas correctas y hay que saber orientarla en una determinada dirección. La IA no sabrá pensar por ti. Manteniendo el ejemplo, no adivinará qué medidas quieres presentar como político o qué decisiones quieres tomar. Pero una vez hemos decidido qué es lo que queremos hacer, hay toda una parte de implementación en la que los robots nos pueden ayudar mucho.

El desafío al que nos enfrentamos todos es el de volver a definir qué significa “inteligente”. La primera pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿lo puede hacer una máquina mejor que yo? Si lo puede hacer una mejor que yo, más económico e igual de bien, estamos perdidos. Segundo, ¿en qué puede consistir mi aportación? Porque la IA funciona si nosotros la ayudamos u orientamos. Tercero, ¿cómo colaboro yo con la máquina para hacer un producto mejor? Hay que distinguir bien entre tareas de las que nos podemos y nos debemos librar y aquellas aportaciones que los humanos podemos hacer de una manera significativa.

La IA es un producto humano con unas peculiaridades concretas. Los humanos nos hemos hecho a nosotros mismos a lo largo de la historia a través de la tecnología y la hemos incorporado a nuestra vida. Es decir, hay que pensar en la historia de la tecnología como una historia del entrelazamiento entre humanos y máquinas, una historia en la cual ahora estamos escribiendo un capítulo nuevo, con una tecnología especialmente potente y fascinante.

Ariadna Arcos Collado y Marta Bernabeu Torrecilla, entrevista a Daniel Innerarity: "La inteligencia artificial no sabrá pensar por ti", blogs.uoc.edu 09/05/2024

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