El gall dindi de Russell i Ia IA.
Contaba el genial Bertrand Russell la parábola del pavo, aquella ave feliz que cada mañana se encontraba, de la mano de su amabilísima ama, un suculento cuenco de semillas y gusanos. Todos los días, diligentemente, se deslizaban aquellos manjares hasta su corral, haciendo creer al pobre animal que cada nuevo amanecer garantizaba su vida placentera. Hasta que llegaba el día de Navidad cuando, en lugar de aprovisionarle, su amabilísima ama lo apresaba del cuello, le retorcía el pescuezo, y desplumado lo metía al horno.
Russell fue siempre conocido por emplear sencillas e iluminadoras metáforas para explicar argumentos en complejas y sesudas discusiones, en particular sobre filosofía de la ciencia. Así empleaba esta parábola para abordar el problema o la falacia de la inducción que ya Hume había identificado siglos atrás: el supuesto de que lo que ha pasado en el pasado continuará ocurriendo en el futuro. Bien saben los que juegan a la ruleta de la bolsa que las rentabilidades pasadas nunca garantizan las futuras.
La IA actual, en su esencia, no escapa del todo de este paradigma inductivo. Las redes neuronales y el aprendizaje profundo que han despuntado en la última década, con su enfoque bottom-up, aprenden, se recodifican a sí mismas y deducen patrones a partir de grandes cantidades de datos. Al igual que el pavo, las IA generalizan basándose en la información que han recogido, lanzando estimaciones altamente probables con un cierto margen de maniobra que les permite aparentar creatividad, modular su temperatura.
Sin embargo, si un algoritmo solo ha conocido días de suculentos cuencos de semillas y gusanos, ¿podría anticipar el día de Navidad?
Dicho esto, la IA actual ha mostrado una capacidad enorme para adaptarse y aprender de manera probabilística, incorporando nuevas piezas de información y ajustando sus modelos del mundo con una capacidad predictiva sorprendente. Existen así modelos donde la IA actúa no solo como un simple inductor, sino como un elaborador de inferencias bayesianas, un marco donde cada nueva pieza de información ajusta la probabilidad de futuros eventos y predicciones.
Estos mecanismos han permitido a sistemas como ChatGPT triunfar en el complejo terreno humano de la comunicación. ChatGPT funciona eliminando lo implausible, regresando y convergiendo a la media de lo esperable. No obstante, a pesar de estos avances, la IA todavía tropieza con los bordes irregulares de la realidad, esos eventos atípicos o sin precedentes que se apartan drásticamente de la norma. Aquí es donde la humanidad, con toda su impredecibilidad, lleva la delantera, retiene su creatividad. Al menos aún.
Nuestra vida transcurre por raíles fuertemente enraizados que suelen coquetear con la falacia inductivista. El aprendizaje en nuestras etapas tempranas de formación alimenta el aparato neuronal con el que nacemos preparados para desarrollar este sentido común. La rutina soporta una costumbre, la mielinización refuerza las conexiones neuronales útiles. Pero suele ocurrir que, de vez en cuando, un hito quiebra su decurso. Un día nos sorprenden con una llamada inesperada, un despido improcedente, una insospechada enfermedad, una muerte prematura. Un día se nos viene un imprevisible accidente en esa curva tan transitada que siempre creímos controlar. Un día brota una pandemia, explota un volcán, estalla una nueva guerra en Europa.
Colectivamente también hemos vivido pacíficamente en las últimas décadas en cierto régimen de prosperidad. Las democracias se asentaron en el mundo, cayó el muro de Berlín y hay quienes incluso pronosticaron el fin de la historia, el triunfo de las democracias liberales y del capitalismo tecnocientífico que nos traería paz y prosperidad. Pero un día, de pronto, los agoreros o los futurólogos más optimistas reiteradamente refutados por la historia se pueden ver súbitamente avalados por la realidad. Un singular descubrimiento puede hacernos mucho más longevos, una IA podría emerger y cobrar consciencia, una tercera guerra mundial podría estallar, un indicio de vida fuera de nuestro planeta azul podría ponerlo todo patas arriba. Adaptarnos a lo imprevisible es, probablemente, una de las cosas que nos hace humanos. No dejemos de entrenar esa capacidad de la antifragilidad. Como el que hace maniobras en tiempos de paz.
Javier Jurado, La IA y el pavo de Russell, Ingeniero de letras 02/04/2024
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