Deserció i crisi de civilització.





Esta cuestión de la deserción, me parece, se ha planteado siempre que ha habido una crisis de civilización. Mi impresión es que estamos viviendo hoy una crisis de civilización. Es muy difícil poder afirmar esto desde dentro, no es fácil saber cuándo se acaba algo, o si lo que se está acabando es el gobierno, el verano, tu amor por Marta o el mundo, más difícil aún es reconocer una crisis de civilización. Porque las muertes de las civilizaciones no son colapsos fulminantes sino procesos deterioro lentos y largos. Pero me atrevería a firmar que sí, que estamos viviendo un cambio de la civilización.

A lo largo de la historia, en cada crisis civilizacional, todo el mundo se ha planteado la cuestión de la deserción. Pienso en los siglos tres, cuatro y cinco de nuestra era, justo el momento de la larga decadencia del Imperio Romano, cuando, por cierto, la cultura humana ofrece signos de cansancio muy parecidos a los que estamos viviendo hoy: la defensa del vegetarianismo, del veganismo, del animalismo. Pienso en Porfirio, en Celso, en gnósticos y neoplatónicos, o en los propios cristianos, buscando todos la verdad lejos de las instituciones.

Los síntomas son parecidos, incluida la fuga: hay, en efecto, mucha gente que huye, mucha gente que huye de las ciudades y que huye precisamente de ciudades en las que se ha impuesto una vida incompatible con la salvación individual, entendida no solamente en términos teológicos o religiosos, sino también en términos antropológicos. La larga decadencia romana se puede describir como un gran movimiento de fuga.

Ese movimiento o tentación de fuga está también hoy presente. La pregunta entonces es esa: ¿hay un afuera? ¿Hay siquiera una frontera con el mundo bárbaro? Porque también el riesgo es el de acabar, si no idealizando, sí depositando esperanzas en lo que se ha llamado "los vagabundos" o el "vagabundeo".

Volvamos, en todo caso, a esta cuestión de la fuga: ¿dónde están los afueras? ¿A dónde huir? Mi experiencia, cuando paso una temporada en la casa del pueblo, es que muchos de nuestros pueblos, al menos en Castilla, son solo ya con suburbios de Madrid, que atraen a un número creciente de fugitivos, muchos de los cuales podemos incluir en eso que se ha dado en llamar "neorrurales".

Entre ellos muchos hay antivacunas, negacionistas, conspiracionistas y magufos obsesionados con la décima dimensión y las medusas que flotan en el aire en Estados Unidos, o con los chemtrails y el fin del mundo. Esa gente forma una especie de élite antisistema negra que ni siquiera vota a Vox. No votan. En tu libro te ocupas también de esta abstención endémica que la izquierda es totalmente incapaz de sacudir. Esa gente no vota.

Me ha ocurrido: los ves en el bar y dices, diablos, estos podrían ser amigos míos, por los libros que han leído, por cómo hablan, por la cultura que tienen, incluso por la sensibilidad respecto del otro. Y luego resulta que están todos están tratando de salvarse a sí mismos a través de pseudoconocimientos sectarios narcisistas, como decíamos antes que ocurrió durante la decadencia de Roma. Son los nuevos gnósticos.

El gnosticismo, esa doctrina que le cabrea tanto a José Luis Villacañas, es en todo caso la renuncia al mundo. No es irse a un afuera donde nos está esperando el mundo, con sus árboles, su tierra y sus cuerpos, sino la renuncia al mundo y la renuncia al mundo tiene la ventaja de que, al hacerlo, acabas formando parte de una élite también.

Ese afuera está formado por grupos elitistas que consideran gozar de un acceso privilegiado a la verdad, porque la verdad, obviamente, no está ya en los periódicos, en los medios de comunicación, no está en la Sexta ni en El País, pero tampoco está en los libros, y mucho menos en la política compartida, sino en ciertas fuentes teosóficas que les proporcionan una visión de la realidad privilegiada y salvífica que solamente tienen ellos.

Recuerdo la metáfora de la piscina que utilizaban unos "desertores" que conocí de lejos en el pueblo. Gente culta de clase media que en otro tiempo votó quizás a Podemos. Pues bien, hablaban de flag solar, de cargas energéticas, de muertes inducidas desde una novena dimensión. Su conclusión era esta: "nos mantienen vivos como en una piscina, muchos se ahogan mientras que otros, como nosotros, pataleamos, accedemos al verdadero conocimiento y nos salvaremos".

Sus delirios sobre los extraterrestres, Bil Gates o las vacunas eran además inobjetables porque al contrario que la ciencia, que se caracteriza porque siempre tiene dudas y está revisándose constantemente a sí misma, el delirio no tiene fisuras, es de una coherencia absoluta y tiene respuesta para todo.

También ahí hay un malestar. Está por un lado el deseo, en un mundo complejo y anónimo, de formar parte de una élite escogida para la salvación y separada del común de los mortales, condenados a morir porque no saben lo que yo sé. Está también la negación del azar y de la contingencia, impulso desesperado que vimos durante la pandemia, que no proporcionó una inesperada y amenazadora experiencia de la contingencia. Nos da mucho miedo la contingencia, casi tanto como el abismo del del psiquismo freudiano: este descubrimiento repentino de que nada está en nuestras manos.

Santiago Alba Rico, Crisis de civilización y deserción, publico.es 24/05/2024

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