Capitalisme, l'eterna insatisfacció.
El capitalismo es una creación excepcional en la historia de la humanidad. Por primera vez se establece un sistema que produce... ¡por la producción misma! Que acumula... ¡por la acumulación misma! No tanto para satisfacer necesidades concretas produciendo bienes básicos, eso es secundario y accidental, sino más bien para satisfacer algo que no se puede satisfacer, una lógica de beneficio que no tiene límite, que nunca se sacia, que nunca se colma.
Esta lógica de siempre-más hace del capitalismo un conquistador. El capital necesita siempre forzar un plus, un plus de valor, y para ello ha recurrido históricamente a la violencia: desde la privatización de los bienes comunes hasta los procesos de extractivismo actuales, pasando por el colonialismo y las guerra de conquista.
El capital razona desde una lógica extraterrestre: la lógica de la mercancía y el valor de cambio, la lógica del beneficio y la ganancia. Esa lógica extraterrestre choca con la "moral terrestre" defendida por Santiago Alba Rico, la moral de los límites y el respeto a la materialidad terrestre, empezando por los cuerpos como materialidad primera. Al capital, como decía Marx, le es indiferente producir cañones o mantequilla, porque lo que produce en primer lugar es plusvalor. Lo abstracto somete así lo concreto y material.
El tiempo del progreso sólo acumula ruinas, como dijera Walter Benjamin, porque su motor es la guerra. La guerra es el motor del progreso, de este tender la mano apropiadora a por más, a por todo. El tiempo del progreso es un tiempo de eterna insatisfacción. Nunca hay suficiente, nunca hay bastante, nunca podemos parar, como experimentamos recientemente en la pandemia. Hay que reanudar cuanto antes la normalidad, volver a trabajar, a consumir.
El capital es profundamente nihilista. Le da lo mismo producir cañones o mantequilla. Y cada uno de nosotros, como sujetos capitalistas, hiperconsumidores, nos volvemos partículas nihilistas también. La hiperactividad es ajena a cada actividad concreta. La hipersexualización es indiferente a cada cuerpo. La hipercomunicación es indiferente a lo que cada vez se pone en común. Lo que importa es tragar, satisfacer lo imposible de satisfacer porque no tiene límite.
El mundo se vuelve entonces insuficiente. Nada es bastante. Nunca hay tiempo, paz o serenidad. No se trata solamente de un problema objetivo, pensemos en la falta de tiempo por ejemplo, sino también subjetivo. No hay tiempo desde mi impaciencia. No hay suficiente desde mi pulsión devoradora. Hay escasez desde mi hambre infinita. Nos volvemos insensibles y brutos, intolerantes con respecto a lo que hace obstáculo a este hambre de conquista, de consumo.
¿Cómo aplacar el hambre? La guerra en lo macro, el consumo en lo micro. Santi repite siempre una fórmula: hay que ser revolucionarios en lo económico, reformistas en lo institucional y conservadores en lo antropológico. La imagen de resistencia antropológica que aparece en muchos de sus escritos es la comensalidad. Comer juntos, comer sentados, comer disfrutando, con tiempo. Comer para no comernos. Para no comérnoslo todo.
Amador Fernández-Savater, Un hambre infinita, publico.es 22/05/2024
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