Arendt contra el sionisme.





Hannah Arendt


A la pensadora libre que siempre fue Arendt, exiliada en Nueva York, lejos de Europa, sólo arropada por sus amigos y fiel a sí misma en la búsqueda de la verdad, le chocaba que un filósofo y un teólogo de la talla de Scholem se aferrara tanto a cualquier tipo de ismo. Para ella el sionismo, el marxismo o más adelante el macartismo eran ideologías que impedían pensar y encadenaban a sus seguidores, al igual que el nazismo. Scholem parecía no entenderlo así, al menos en lo que respecta al amor por los judíos y la Tierra Prometida en Palestina.

Las tensiones más fuertes afloraron con la publicación del libro sobre el nazi Eichmann. Ahí, Arendt se mostró toda “ella”, según le escribió a Scholem: “Lo que le confunde a usted es que mis argumentos y mi modo de pensar no son previsibles. O, con otras palabras, que soy independiente”. Con esto se refería a que siempre hablaba “en nombre propio”. Sus ideas nacieron de la libre interpretación de las grandes figuras del pensamiento filosófico y político: Platón, Kant, Descartes, Kierkegaard, Tocqueville, así como de la literatura que admiraba (ella fue la primera divulgadora de Kafka en Estados Unidos). Nunca se adscribió a un partido.

Otro asunto de honda disputa supuso la idea de “banalidad del mal”, antepuesta por Arendt a la idea de un supuesto “mal radical” como causa primera del Holocausto. Era vox populi entre los judíos de posguerra que el maléfico Hitler y sus endemoniados alemanes perpetraron semejante horror. Arendt quebrantó esa idea cuando dijo que hablar de mal radical para referirse al exterminio de los judíos no era lo más apropiado, pues le otorgaba una dimensión teológica o metafísica errónea. El mal en este caso era sólo banal, demasiado terreno, y los ejecutores eran como Eich­mann, personas sin pensamiento, arruinados por la sequedad de una ideología que los cegaba para el bien. La responsabilidad de los verdugos nunca fue discutida por Arendt, pero sí su “maldad radical”. Esto enfureció a Scholem, quien manifestó a su amiga haber sentido “vergüenza” por su libro y por ella.


La agria disputa con Scholem terminó alejando a Arendt del periodismo, quien se concentró en el pensamiento político teórico y la filosofía. Murió dejando un ambicioso estudio filosófico por terminar: La vida del espíritu. En cuanto a Scholem, la correspondencia con Arendt se interrumpió en 1964, ella no respondió a su última carta. Él la sobrevivió algunos años en Jerusalén, y siempre recordó con más afecto que animadversión a aquella amiga díscola; sin ninguna duda, la pensadora más interesante del siglo XX.
Luis Fernando Moreno Claros, Hannah Arendt y Gershom Scholem: la librepensadora y el viejo sionista, Babelia. El País 22/02/2018

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