Pessimisme i optimisme antropològic.


La ambivalencia del carácter humano ha sido reflexión para multitud de filósofos. Pero básicamente podríamos decir que sobre ella destacan dos grandes corrientes: la del pesimismo antropológico de las filosofías políticas más conservadoras como la de Hobbes Maquiavelo y la del optimismo antropológico de las más utópicas como las de Moro Rousseau.
Muchos son los que a lo largo de la historia se han alineado con la tesis del homo homini lupus de Hobbes, que considera al hombre como naturalmente malo, concupiscible, egoísta, tendente a la beligerancia y al dominio. Esa línea la había sembrado especialmente Maquiavelo, que explicitando y reivindicando la autonomía de la razón política, rehuyó de la ingenuidad utópica y construyó su filosofía política en torno a su pesimismo antropológico. Esta concepción legitimó gobiernos absolutistas, que cedían el poder absoluto al Leviatán del Estado para evitar la guerra permanente entre los hombres. Con el triunfo de las democracias liberales, esta tesis sigue, sin embargo, trufando enormemente las posiciones más conservadoras, reaccionarias, tribales, que priman la seguridad, la tradición y la conservación del statu quo, recelosas del extraño y miedosas ante las propuestas más abiertas y expuestas.
No menos son los autores que se han alistado en la tropa del bon sauvage de Rousseau, del hombre naturalmente bueno, generoso, propenso a la compasión, y sólo corrompido por las estructuras sociales tales como la propiedad privada, la superstición o el prejuicio ideológico. Esta concepción humanista, heredera de los proyectos utópicos de Moro, Campanella o Bacon, se situó en clara oposición a la de Hobbes, legitimando al liberalismo democrático en primera instancia, pero estableciendo en seguida los cimientos de la legitimidad de los gobiernos de corte progresista, con el evidente vínculo entre Marx y Rousseau. Como tanto han subrayado autores como I. Berlin Kołakowski, sus ambiciones desmedidas también conllevaron las catástrofes de los totalitarismos que creían factible la perfección y alcanzable la felicidad. (...)
Indudablemente, la tendencia a la protección y conservación (TPyC) se manifiesta en la agresión reactiva que sigue presente en los individuos: nuestro instinto de conservación, nuestra respuesta en “caliente”, que reacciona ante la agresión con agresividad, persigue protegernos. Pero no ha sido tan seleccionada, porque nuestra diferencia específica no reside tanto en nuestra capacidad individual, sino ante todo en nuestra capacidad grupal (colaborativa-cultural). Ciertamente, ha existido una selección que ha favorecido sobre todo nuestra habilidad para diseñar y ejecutar acciones racionales con respecto a fines, incluidas aquellas que puedan conllevar violencia como agresión proactiva. Pero es nuestra capacidad de colaboración la que sostiene nuestro éxito evolutivo, con redes de comunicación, intercambio, transporte y protección cada vez más extensas. Y esta, sólo puede sostenerse si existe la mencionada tendencia a la protección y conservación del grupo, con la consecuente selección “natural” operada sobre sus individuos, menos agresivos reactivamente y más compasivos.
En definitiva, al dilema sobre la bondad o maldad de la naturaleza humana cabe una respuesta muy matizada. Ni Hobbes ni Rousseau tenían razón del todo. Los hombres se han especializado para ser capaces, como se suele decir, de lo mejor y de lo peor. Su agresividad proactiva es tan fina que ha desarrollado enormes y retorcidas formas de crueldad y violencia, auténticas formas de matar masivamente a completos desconocidos con tal de alcanzar sus fines. Incluso sin llegar a ella, los rasgos psicopáticos son relativamente altos en sus poblaciones, presentes por ejemplo en muchas profesiones actuales, especialmente agresivas. Pero los hombres también pueden ser enormemente altruistas y generosos, capaces de empatizar con semejantes por todo el globo y de llegar a entregar la vida incluso por desconocidos, contemporáneos o incluso futuros. Decía E. Trueblood que cuando un hombre planta árboles bajo los cuales sabe muy bien que nunca se sentará, ha empezado a descubrir el significado de la vida.
Javier Jurado, Buenos o malos por naturaleza: una luz desde la biología, La galerías de los perplejos 08/01/2018

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