Preguntar.
EL Roto |
Imagínate que tu trabajo es ese: torturar. Que cada mañana, en vez de
acudir a la oficina, al despacho, a la fábrica, fichas en una cárcel
secreta, donde te espera un individuo encadenado al que ya zumbaste ayer
de lo lindo. Quizá hiciste algunas horas extra para llegar a casa
cuando los niños estuvieran dormidos o porque te has vuelto un
alcohólico del trabajo desde que te han confiado esta responsabilidad.
Luego ocurre otra cosa, y es que los días que torturas hasta tarde
vuelves al hogar con más ganas de sexo que nunca. Tu mujer te pregunta
entre risas qué rayos te dan en la CIA, porque habría que
comercializarlo.
Pues eso, que cuelgas la chaqueta de un clavo que hay en la pared
desnuda, con manchas de sangre, y te vuelves hacia el tipo encadenado,
desnudo, esquelético, que quizá se ha meado y se ha cagado encima
durante la noche. Tiene un ojo enterrado en un amasijo de carne
sonrosada y el otro es apenas una rendija en cuyos bordes se entretiene
una mosca. Sus testículos parecen dos balones de fútbol y babea una
mezcla de sangre y de saliva entre los tres o cuatro dientes que han
sobrevivido a la última paliza. Quizá le ofrezcas un poco de agua, tal
vez una calada a ese cigarrillo cuya brasa apagarás luego en sus
pezones.
Hablemos de los prolegómenos porque tú eres un tipo que ama su
trabajo y este hijo de puta se merece un calentamiento previo. Te quitas
la corbata, te remangas la camisa. ¿Por qué parte del cuerpo empezamos?
Tal vez se lo preguntes a él, como si le estuvieras haciendo el amor,
es posible que esa sea tu idea del amor. Imagínate un trabajo así, con
sus trienios y su Seguridad Social y con la garantía del Estado, como la
deuda pública. Y con la tranquilidad que da contribuir al orden.
Juan José Millás, El orden, El País, 12/12/2014
Comentaris