Violència i societats holistes.
Desde que el Estado comenzó a afirmar su autoridad, se esforzó en limitar
la práctica de la venganza privada sustituyéndola por el principio de una
justicia pública, dictando leyes propias para moderar los excesos de la
venganza: ley del talión, abandono noxal, tarifas legales de composición. Ya se
ha dicho, la venganza es, por definición, hostil al Estado, por lo menos en su
plena expansión, es por eso que su nacimiento coincidió con el establecimiento
de sistemas judiciales y penales, representantes de la autoridad suprema,
destinados concretamente a temperar las venganzas intestinas en favor de la ley
del soberano. No obstante, a pesar del poder y de la ley, la venganza familiar
perduró considerablemente, por una parte en razón de la debilidad de la fuerza
pública y por otra en razón de la legitimidad inmemorial de que gozaba la
venganza en las sociedades holistas.(…)
El honor y la venganza han perdurado bajo el Estado, al igual que la
crueldad de las costumbres. Sin duda la emergencia del Estado y de su orden
jerárquico ha transformado radicalmente la relación con la crueldad que
prevalecía en la sociedad primitiva. De ritual sagrado, la crueldad pasa a ser
una práctica bárbara, una demostración ostentosa de la fuerza, un regocijo
público: recordemos el gusto de los romanos por los espectáculos sangrientos de
combates de animales y gladiadores, recordemos la pasión guerrera de los
caballeros, la masacre de los prisioneros y heridos, el asesinato de niños, la
legitimidad del pillaje o de la mutilación de los vencidos.(…) No podemos
evitar constatar la correlación perfecta entre la crueldad de las costumbres y
sociedades holistas, mientras que se da un antagonismo entre crueldad e
individualismo. Todas las sociedades que conceden la prioridad a la organización
de conjunto son de un modo u otro sistemas de crueldad. Y ello se debe a que la
preponderancia del orden colectivo impide conceder a la vida y al sufrimiento
personales el valor que les concedemos actualmente. La crueldad bárbara no
procede de una ausencia de rechazo o de represión social, es el efecto directo
de una sociedad en la que el elemento individual, subordinado a las normas
colectivas, no tiene una existencia autónoma reconocida. (…)
Un lazo indisociable une la guerra concebida como comportamiento superior y
el modelo tradicional de las sociedades. Las sociedades de antes del
individualismo sólo pudieron reproducirse confiriendo a la guerra un estatuto
supremo. Debemos desconfiar de nuestro reflejo económico moderno:, las guerras
imperiales, bárbaras o feudales, si bien permitían la adquisición de riquezas,
esclavos o territorios, pocas veces se emprendían con un objetivo
exclusivamente económico. Al contrario la guerra y los valores guerreros
contribuyeron más bien a contrarrestar el desarrollo del mercado y de los
valores estrictamente económicos. Al desvalorizar las actividades comerciales
cuyo objetivo era el provecho, al legitimar el pillaje y la adquisición de
riquezas por la fuerza, la guerra conjuraba la generalización del valor de
cambio y la constitución de una esfera separada de lo económico. Hacer de la
guerra un objetivo superlativamente valorizado no impide el comercio pero
circunscribe el espacio mercantil y los flujos de moneda, hace secundaria la
adquisición por la vía del intercambio. Por último, al prohibir la
autonomización de la economía, la guerra impedía asimismo el nacimiento del
individuo libre, que precisamente es el correlato de una esfera económica
independiente. La guerra se manifestó pues como una pieza indispensable para
reproducción del orden holista. (pàgs. 186-189).
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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