El pensament és com un vell, l´art és com un nen.
A. (...) Casi todo lo que se encuentra en el origen es simple y su propia sencillez lo hace muy popular. Puede decirse que los comienzos son como los niños y los pobres, quienes, al no dar miedo, son fáciles de amar sin contrariedad. Por similares razones, las artes prefieren representar comienzos.
La historiadora de la filosofía Anne Cauquelin descubrió que las leyendas de los artistas suelen presentarlos en sus comienzos garabateando sobre la arena del parque o sentaditos al piano cuando aún no saben hablar; en cambio, las leyendas de los filósofos sólo cuentan sus tremendas y edificadoras muertes. Se dice de Giotto que era un pastorcillo analfabeto cuando Cimabue, arcaico defensor de los paseos campestres, lo descubrió en medio de un monte dibujando distraídamente sobre una piedra con la punta de un leño quemado. La oveja que había pintado la criatura era tan perfecta que Cimabue se llevó el niño, el rebaño y la piedra a su taller, en donde hizo de todos ellos un solo y único Giotto.
En cambio, de Empédocles sabemos que se arrojó al Etna de cabeza, de Crisipo que murió de un ataque de risa, de Sócrates que se bebió un dedal de cicuta, de Heráclito que murió cubierto de excrementos, de Diógenes el Cínico que lo devoraron unos perros, de Aristóteles que se ahogó tratando de llegar a la isla de Eubea, de Epicuro que murió de retención de orina, de Espeusipo que se lo comieron las lombrices, de Pitágoras que lo mataron unos soldados porque no osó atravesar un campo de habas (eran sagradas para él) cuando ya casi había logrado escapar, y así sucesivamente.
Si bien el pensamiento aparece unido al crepúsculo en todas esas leyendas populares que narran la vida de los pensadores, la vida de los artistas en los cuentos y las leyendas populares sólo aparece unida a lo prístino y auroral. Si el pensamiento, como el búho de Atenea, alza el vuelo al anochecer, las obras de arte aparecen al amanecer, cubiertas aún de rocío e iluminadas por un sol casi verde. En la imaginación popular, el arte es un niño que juega con el fuego divino ante un espejo, en tanto que el pensador es un anciano que mira apagarse la tarde sobre un cementerio de quebradas lápidas. Las artes parecen destinadas a representar comienzos.
Félix de Azúa, Diccionario de las artes. Nueva edición ampliada, Debate, Madrid 2011
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