Som màquines d´afiliació.



Donald Trump sólo ha agrandado el esperpento que Barack Obama protagoniza desde hace tres años muy a su pesar. En junio de 2008 ya tuvo que demostrar con su certificado de nacimiento que había nacido en Hawai. Aún hoy puede verse en aquella vieja web, www.fightthesmears.com, la respuesta a las tonterías que se decían, como que no era estadounidense, que era musulmán o que tenía una estrecha relación con el “terrorista” Bill Ayers. Desde 2008, la cifra de americanos que cree que Obama no es un presidente legítimo por su nacimiento en el extranjero casi no ha cambiado. Siempre ha sido un 20% del conjunto de votantes y un 40% de los republicanos. El movimiento “nativista” (de los “birthers”, como se les denomina), ha sido animado por republicanos como Sarah Palin, Newt Gingrich o Mike Huckabee; estrellas de la radio y la televisión ultraconservadoras como Sean Hannity o Rush Limbaugh (la Fox, que dirigen Rupert Murdoch, José María Aznar y otros 15 miembros del Consejo de News Corporation es el gran altavoz); y celebridades como Chuck Norris o Charlie Sheen.

La Casa Blanca sabe que es inútil tratar de convencer a los creyentes en las conspiraciones. Uno de los más reconocidos expertos en la materia, Cass Sunstein, autor del librito Rumorología, trabaja allí. Él explica que, cuanto más tratas de evitar que una teoría de la conspiración se asiente, más se refuerza entre los devotos. Muchas investigaciones (en parte resumidas en el artículo When Corrections Fail: The Persistence of Political Misperceptions, de Brendan Nyhan y Jason Reifler) muestran que los creyentes se refuerzan en la creencia cuando se les refuta con pruebas: “¿Ves?… si el propio presidente tiene que explicarse es que algo hay…”; “El certificado es falso”…

La dificultad en el desmentido de las teorías de la conspiración está en un mecanismo que se denomina “disonancia cognitiva”: cuando nos presentan datos que contradicen lo que creemos, buscamos excusas para que nuestra visión del mundo se mantenga. La mayoría de la gente no lee varios periódicos ni contrasta datos: busca hechos que confirmen sus posiciones, y si algo las desmiente olvida los datos o los cuestiona, a veces apelando a fuerzas misteriosas. Jonah Lehrer, autor de How We Decide, lo explica: “Aunque creemos que tomamos decisiones políticas sobre la base de los hechos, la realidad es mucho más sórdida. Somos máquinas de afiliación, y editamos el mundo para que afirme nuestras ideologías partidistas”. Paradójicamente, cuanto más seguimos los medios de información más se produce ese efecto, como demuestra la profesora Kimberly Nalder en un estudio reciente (The Paradox of Prop. 13): las conspiraciones se creen más por quienes más siguen las tertulias de radio o de televisión que las propalan.

En España, la insistencia en la teoría de la participación de ETA en el 11-M ha tenido un efecto constante, desde 2004, en el 20% de la ciudadanía. Aquí, como en todos sitios, la teoría de la conspiración se esconde cobarde bajo la exigencia de “querer saber la verdad”, o “aún no lo sabemos todo”… En una de sus últimas apariciones, Trump dijo simplemente que era “un poco escéptico” con el nacimiento de Obama, y que cualquier ciudadano que pensara como él no podía ser despreciado como un simple “idiota”. Aquí, la encuestadora que le hace los trabajos al diario que más ha extendido la teoría de la conspiración sobre la autoría del 11-M preguntaba recientemente si “sabemos toda la verdad sobre el 11-M”. ¿Qué querrían decir El Mundo y Sigma Dos con “toda la verdad”? Las teorías de la conspiración se extienden a fuerza de generar dudas y exigir las pruebas ad infinitum. Trump, después de que Obama le diera el certificado de nacimiento, ya le ha pedido el título de Harvard. Otros le reclamarán las facturas de la luz de su apartamento de juventud en Chicago. ¿Por qué, entonces, Obama se tomó la molestia de solicitar su certificado completo y se esforzó luego en mostrarlo y en contestar personalmente, el 27 de abril, a las imprecaciones de Trump? ¿Por qué, si no va a convencer a nadie que no esté ya convencido?

La campaña de los demócratas para la reelección acaba de empezar: yo ya he recibido un correo del propio presidente pidiéndome dinero, como lo habrán recibido dos decenas de millones de personas que están en sus listas de correo. Es probable que la decisión del presidente tenga sentido, no como un intento de convencer al pueblo americano de su nacionalidad, sino como un intento de narrar y escenificar dos cosas al mismo tiempo.

Primera, que Obama no se calla y planta cara. El recuerdo de Al Gore y de John Kerry, aquellos extraordinarios candidatos que prefirieron no responder a las bobadas de los republicanos y por ello les parecieron débiles y sin criterio a muchos, sigue vivo en la memoria de los progresistas estadounidenses. La operación que ha terminado con Bin Laden, ejecutada sólo horas después de la exhibición del certificado de nacimiento, y el cierre relativo de la “Guerra contra el Terror” simbolizado con la visita presidencial a la Zona Cero, refuerza esa narrativa del “comandante en jefe” que se preocupa de cosas serias.

Segunda, que el otro lado está lleno de cretinos que no tienen otra cosa de la que hablar. Desde un punto de vista electoral, en efecto, a Obama le interesa que se hable de su partida de nacimiento y de otras tonterías, porque eso refuerza a los suyos y constata el peligro de los extremistas y paranoicos. Karl Rove, el más listo de los republicanos, advirtió en febrero que seguir con el asunto del nacimiento puede ser “caer en la trampa de la Casa Blanca”. A mí me parece que Rove acierta.

Luis Arroyo, Certificado contra la idiotez, Público, 08/05/2011

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