Hem de protegir les entitats financeres.

La masia, Joan Miró
Hace unos días conocí a una chica guerrera y formidable. Es una abogada malagueña de 37 años que se llama Susana Ranea. Lleva nueve años colaborando con FACUA, la Federación de Asociaciones de Consumidores, una ONG de ámbito nacional fundada en 1981. Mientras tomábamos un café, esta lúcida defensora de los aporreados derechos de los consumidores hizo un espeluznante resumen de cómo han evolucionado en los últimos tiempos en este país los abusos relacionados con el ladrillo. Y, así, al principio de su trabajo, los casos que Susana defendía tenían todos que ver con el infinito descaro de las compañías inmobiliarias, que, aunque cobraban una millonada por los pisos, actuaban con la prepotencia de quien los regala, porque las propiedades se revalorizaban locamente día tras día.

De modo que las inmobiliarias obligaban a los compradores, por ejemplo, a firmar contratos de "cuerpo cierto" sobre pisos aún inexistentes. El "cuerpo cierto" quiere decir que has visto el estado en que está la casa y la compras tal cual; pero, claro, como las viviendas no estaban construidas, luego resultaba que cambiaban los materiales o las hacían un poco más pequeñas que lo que decían los planos. Otra marranadilla típica de aquellos tiempos de bonanza era la de buscar cualquier excusa para romper el acuerdo con el primer comprador y así poder revender la propiedad mucho más cara, porque en el entretanto el pelotazo de la construcción proseguía su meteórica marcha. "Los pobres compradores pasaban por todo con tal de no perder el piso", explica Susana. Las inmobiliarias, en fin, se buscaban todo tipo de triquiñuelas y la sociedad se lo permitía: "Un día un notario me echó de su despacho porque dije que la cláusula que quería que mi cliente firmara era abusiva... Era una cláusula por la que el comprador renunciaba a todo tipo de reclamación para siempre jamás. Y eso no es legal; tú puedes renunciar a reclamar hasta ese momento, pero no puedes renunciar a tus derechos en el futuro. Lo dije, y el notario me echó".

Hasta aquí, la primera parte de este relato de terror. Porque ahora viene la segunda, que todavía es más acongojante. Tras múltiples apuros y achuchones, en fin, los compradores al fin se compraron los malditos pisos. Y entonces llegó la crisis y muchos de ellos no pudieron seguir pagando sus viviendas. Como todos sabemos, durante los años de euforia los bancos dieron las hipotecas como churros; tasaban las casas a precios desmesurados y concedían préstamos disparatadamente altos, con los que el comprador pagaba además los muebles, el coche y, si me apuran, hasta las vacaciones del primer verano. Todo ese delirio, ese loco juego de millonarios tronados, fue briosamente alentado por los bancos; pero ahora que el baile se ha acabado, pretenden escurrir el bulto y que los ciudadanos se hagan cargo de todo.

Y así, de repente media España se ha enterado de que, si no consigue pagar la hipoteca, el banco no sólo se queda con el piso, sino que además puede seguir sacándote dinero por un tiempo infinito. Porque la mayoría de los que se hipotecaron no sabía, en el momento de firmar los papeles, que, según nuestra injusta Ley Hipotecaria, la casa no salda la deuda. De la misma manera que ahora ignoran una nueva triquiñuela bancaria: el contrato de permuta financiera o IRC: "Es un sofisticadísimo producto financiero que algunos bancos empezaron a vender en 2008; de hecho es algo tan sofisticado y tan incomprensible que yo, que me dedico a esto, al principio fui incapaz de entender nada y tuve que estudiármelo muy a fondo... Lo venden como un seguro por si cambian los intereses, con lo cual la gente lo adquiere creyendo que con ello se protege; no se dan cuenta de que, si bajan los intereses del crédito, como las financieras preveían que iba a pasar, entonces hay que pagar todos los meses al banco una cantidad extra, a veces muy sustanciosa, además de la letra de la hipoteca". Y todo esto, en fin, se permite y se excusa con el argumento de que, de otro modo, las entidades financieras podrían quebrar a consecuencia de esta crisis (que han creado ellas). "Es curioso: la gente suele venir a ver a los abogados con miedo, y, en cambio, piensan que sus interlocutores en los bancos son sus amigos...", concluye Susana con corrosiva sensatez. Más les valdría pensar lo contrario.

Rosa Montero, Los abusos del ladrillo, El País semanal, 01/05/2011

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