Filosofia i revelació.
Con todo, debo reconocer que el lugar de la revelación que más me intriga no tiene que ver con la religión, sino con la filosofía. Es un lugar que actualmente no podemos visitar porque no sabemos dónde está, ni nunca se ha sabido. El único que habría podido contar dónde estaba era Sócrates; pero, o bien este no se lo contó a su discípulo, o bien Platón, sabido el lugar, no quiso transmitírnoslo a nosotros. Lo cierto es que en esa maravillosa obra teatral que es El Banquete, el momento culminante, la intervención de Sócrates, viene precedida por un viraje inesperado que traslada al lector al horizonte de la revelación. Hasta este momento todo ha sido muy urbano y muy racional: un grupo de amigos se han reunido en casa del poeta Agatón para beber vino y discutir cordialmente sobre la naturaleza del amor. Algunas intervenciones, como las de Fedro y del médico, Eryxímaco, son solemnes y sesudas; otras, como la de Aristófanes, espléndidamente cómicas. Todas tienen en común el refinamiento en la argumentación.
Al tomar la palabra Sócrates para refutar los argumentos de sus compañeros de bebida, se produce un brusco cambio de escenario cuando advierte de que lo que va a decir no lo sabe por sí mismo sino por la revelación que le hizo una "extranjera", sacerdotisa de Mantinea, llamada Diótima. El efecto dramático es prodigioso si tenemos en cuenta que las páginas que vienen a continuación en El Banquete, con la explicación socrática de lo que es la Belleza en sí misma, son de las más esenciales en la obra platónica y de las más citadas en la historia de la filosofía occidental. Quien revela la verdad sobre el amor a Sócrates no es un hombre o dios griego sino una mujer, una extranjera, una bárbara, por tanto; y el padre del racionalismo sucumbe encantado ante la fuerza mistérica de una profetisa de la que no hay ninguna otra mención en la cultura griega, excepto el recuerdo que le dedica el propio Sócrates como la sacerdotisa que libró a Atenas durante 10 años de la peste.
Siempre he creído que en el caso de Diótima y Sócrates el lugar de la revelación debió de ser nocturno, lunar: únicamente así podía brotar una de las páginas más luminosas de toda la literatura. Tal vez Sócrates hubiera contado dónde se produjo el encuentro pero, como se sabe, de pronto apareció Alcibíades completamente borracho. Y, tras horas de charla y vino, el estado de los contertulios tampoco debía de ser mucho mejor.
Rafael Argullol, El lugar de la revelación, El País, 08/05/2011
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