La filosofia, una garantia contra la barbàrie.

Aristòtil
He sostenido muchas veces que la disposición filosófica es algo más que una contingencia que marcaría a ciertos individuos. Simplemente, he hecho mía la tesis de Aristóteles según la cual todos los humanos, no simplemente una élite, en razón de lo singular de la naturaleza humana, aspiran a subsumir bajo conceptos tanto el entorno físico como la dialéctica social y sus propias vivencias, aspiran a desplegar su capacidad intelectiva y emocional, aspiran a la lucidez y al lazo fértil con los demás humanos y, como expresión de todo ello, aspiran a la libertad. Pues bien: doy un paso más en este sentido, afirmando que Aristóteles encarna paradigmáticamente la humanidad así concebida.

Aristóteles consagró su vida a clasificar especies, a ordenar los conceptos mismos que permiten tal clasificación, a intentar formular hipótesis que hicieran comprensible los fenómenos físicos y astronómicos, a reflexionar sobre los abismos que hacen del humano un ser esencialmente trágico, a pensar las condiciones de posibilidad de que el hombre fertilice en el conocimiento y la creación su naturaleza racional y lingüística... Aristóteles da soporte a la ciencia sobre la que encuentra apoyo la filosofía, de tal manera que cabe decir, es el único filósofo que no necesita vampirizar el trabajo de otros (en el bien entendido de que tal vampirización de la ciencia es indispensable y que sin ella la filosofía moriría de inanición)... Aristóteles hizo, en suma, lo que él mismo indica que debería constituir el hacer de los humanos.

Y si los humanos nos dedicamos a otras cosas, si nos sumergimos en falsos problemas, si creemos que realmente nos jugamos algo en lo aleatorio de un resultado deportivo, si confundimos los intereses de la humanidad presente en cada individuo con los intereses de nuestro clan familiar o nuestra patria, si, en suma, renunciamos a la condición de amantes de la lucidez, es porque ha triunfado social e individualmente la pulsión nihilista que es siempre cómplice de la esclavitud. Pues la esclavitud en las muy diversas formas que conocemos (desde la privación física de libertad a sumisión a doce horas de un trabajo embrutecedor) tiene matriz en una esencial renuncia: renuncia en cada uno de nosotros a nutrir ese deseo, noble por definición, cuya fertilización nos hace humanos; renuncia a trabar fórmulas y forjar metáforas, en una permanente lucha contra la inercia, la costumbre, la sumisión a los imperativos de un yo que es la expresión misma de tal pasividad.

Defiendo en suma una tesis muy sencilla: Aristóteles no sólo indicó en una imborrable sentencia cuál de las disposiciones que albergamos es reflejo de nuestra singular naturaleza entre los animales, sino que se aplicó para que su vida fuera un paradigma de tal disposición. Aristóteles es por ello un admirable ejemplo de andreia, esa virtud confundida con la entereza a la que todos-hombres y mujeres- deberíamos responder. Tal ejemplo mueve a todo aquel para quien, en algún momento, vio en la filosofía una garantía contra la barbarie y un imperativo de libertad.

Víctor Gómez Pin, Agradecimiento a Aristóteles, El Boomeran(g), 29/04/2011

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