Tecnologia, pandèmia i totalitarisme








“Cualquier infraestructura que se despliegue ahora mismo será considerada como una inversión a largo plazo”, explica por teléfono Peaks Krafft, investigador del Oxford Internet Institute, especialista en vigilancia gubernamental. “Es perfectamente plausible que los Gobiernos se nieguen a abandonar estos métodos increíblemente poderosos de vigilancia digital masiva cuando la crisis se haya acabado”. Todos los especialistas ponen como ejemplo la red de vigilancia implementada por Estados Unidos después de los ataques del 11 de septiembre. “Han pasado más de 18 años y el nivel de emergencia terrorista se ha reducido mucho”, dice Nohl. “Pero el uso de esas tecnologías no ha hecho más que aumentar”.

De momento, las tecnologías implementadas para el gestión de la pandemia pertenecen a dos clases: las que vigilan el cumplimiento de la cuarentena y las que asisten al sistema de “seguimiento y rastreo” característico de las campañas de control epidemiológico. En las primeras, la novedad no es la tecnología, sino la legitimidad del acto mismo, que se salta varios derechos civiles bajo el marco de excepcionalidad de la emergencia. Hong Kong usa las pulseras electrónicas de los arrestos domiciliarios para vigilar infectados; Taiwán tiene un sistema de localización para cercarlos con una “valla digital”. En Polonia y la India, los infectados envían un selfi verificado por geoposicionamiento y reconocimiento facial. El peligro es no saber durante cuánto tiempo se extenderá el estado de emergencia, y hay países como Hungría e Israel que ya han alterado la legislación para extenderlo indefinidamente. Y hay empresas implementando sistemas de vigilancia propios de aeropuertos y prisiones para monitorizar la productividad de sus trabajadores con la excusa de medir su temperatura y observar que cumplen la distancia sanitaria. Si las Administraciones lo permiten porque ayuda a reactivar la economía, queda garantizada la docilidad del trabajador.

La segunda clase de tecnologías está diseñada para establecer todos los posibles contagios que haya podido hacer una persona infectada. Google y Apple ya han impuesto una infraestructura propia de rastreo de trazabilidad basada en Bluetooth que pronto estará en los móviles de casi todo el planeta. Los Gobiernos, empresas e instituciones diseñarán susapps sobre ella. Los expertos coinciden en que la solución es segura y los datos están protegidos. “Creo que estos sistemas están sorprendentemente bien diseñados y, siempre que sean voluntarios, pueden ser una gran ayuda para gestionar la pandemia”, dice Nohl. El debate sobre la privacidad y la seguridad de sus cerrojos ha silenciado otras cuestiones quizá más importantes: su funcionalidad y sus consecuencias.

La tecnología de rastreo solo está justificada como complemento a protocolos apropiados de diagnóstico, estrictamente temporales y activados por el resultado positivo de un test. Sin el acceso a sistemas de diagnóstico fiable, que no generen falsos resultados, son solo sistemas de control de la población, que podría verse obligada a aceptarlosvoluntariamente para volver al puesto de trabajo o coger un avión. A la pérdida de autonomía y de privacidad se suma el peligro de discriminación de colectivos empobrecidos y racializados que carecen de espacios de distanciamiento o se ven obligados a seguir trabajando en lugares de alto riesgo, como fábricas textiles, almacenes de distribución o empacadoras de carne.

“Otro patrón de conducta predecible de las tecnologías de vigilancia es que suelen ser creadas con un propósito y enseguida hay alguien que las encuentra útiles para otros”, dice Krafft. No es aconsejable aceptarlas sin haber establecido los parámetros de su desmantelamiento: cómo se apagan, qué hacemos con los datos, quién se ocupa de vigilar que todo eso se cumple y de dónde salen los fondos de esa monitorización, especialmente si incluye a empresas como ­Google y Apple. Y qué hacemos si, en los años que dure la emergencia, esa infraestructura se normaliza como herramienta de gobernanza, poderosa e invisible. Estaríamos ante una nueva emergencia, esta vez política.

Marta Peirano, Privacidad: el riesgo totalitario, El País semanal 31/05/2020

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