Dues economies, dos mons.








La economía financiarizada, con su acceso privilegiado al dinero, se separó de la economía real décadas atrás, y por eso se popularizaron en el ámbito anglosajón expresiones como ‘Main Street vs. Wall Street’ o ‘makers vs. takers’: eran la expresión concreta de un mal de larga data. James Galbraith lo explica bastante bien a través del ejemplo de EEUU, que es muy similar al europeo.

En la década de 1960, el país americano contaba con una economía equilibrada, con un sector financiero bastante pequeño y estrictamente regulado, y cuya producción consistía tanto en bienes para empresas como para hogares, ya fueran de uso común o con valor tecnológico, fundamentalmente destinados a su mercado interior. En la actualidad, EEUU produce bienes de mayor valor añadido, relacionados con tecnología, aviones, armas y finanzas, que suelen venderse fuera, mientras que los bienes de consumo común, incluyendo la electrónica y los automóviles, son casi todos importados.

El crecimiento de la demanda durante los años 60 partió de la venta de bienes como automóviles, televisores o electrodomésticos, mientras que en la actualidad una parte mucho mayor del gasto interno tiene lugar en restaurantes, bares, hoteles, centros turísticos, gimnasios, salones, cafeterías y salones de tatuajes, así como en educación, sanidad y vivienda.

Estos son también los sectores que mayor trabajo proporcionan a los estadounidenses, y los que más van a sufrir con la pandemia, porque se puede prescindir de buena parte de ellos: la gente seguirá comiendo y bebiendo, pero lo hará menos fuera de casa, al contar con menos recursos. También viajarán menos, dejarán de acudir al gimnasio y prescindirán de actos culturales. Muchas empresas pequeñas temen este escenario, por las consecuencias presentes y las futuras, y muchos millones de trabajadores del sector servicios se han dado cuenta de que sus empleos pueden tener un recorrido corto.

A la bajada de ingresos en esos sectores, se sumará la presión por las deudas. Algunas provendrán de los retrasos en el pago de alquileres o hipotecas, o en los préstamos para el consumo, pero también de las que generen las pequeñas empresas que intentarán sobrevivir. La mala situación del Estado y de los gobiernos locales llevarán a reducir gastos para pagar las deudas en las que se incurran en estas fechas, lo cual supondrá más pérdida de empleos y menos servicios. Quizá durante un tiempo no sea así, pero cuando este paréntesis se cierre, llegarán los problemas.

Las previsiones no son buenas para estos sectores: empresas en concurso de acreedores, millones de trabajadores sin empleo, cada vez más familias en riesgo de exclusión social y aumento de la desigualdad.

Esto es producto de un cambio sistémico, y no solo de la mejor o peor gestión de los gobernantes actuales; subraya el giro que ha existido en las economías occidentales, que ha sido de un calado profundo.


Esteban Hernández, La crisis económica que viene, explicada a todo el mundo, El Confidencial 12/06/2020










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