Apologia de l'epistocràcia (Jason Brennan)
Si preguntas a alguien seis meses después de que un político prometa algo qué dijo, no lo recordarán. Si pruebas a decirle a un votante de la democracia cristiana que Angela Merkel prometió algo que en realidad no prometió, puedes convencerle aunque no sea verdad. Incluso aunque todo el mundo piense que los políticos son unos mentirosos, la razón por la que no cumplen sus promesas es porque saben que los votantes no les prestan atención y no les van a castigar si no son fieles a sus palabras. Recordamos los últimos seis meses, y olvidamos el resto. Los políticos se sienten libres de hacer lo que quieran, porque solo un puñado de académicos y periodistas lo recordarán.
Para la mayoría, los partidos políticos son como equipos de fútbol que no tienen nada que ver con la política. A los 15 años nos enseñan que la razón por la que alguien vota a un partido es porque defiende unas determinadas medidas políticas que quiere que se implementen. Pero no es verdad, salvo en una pequeña minoría. Tú eres seguidor de un equipo, ¿por qué? Porque es de tu ciudad, y cuando ves a tu equipo jugando, quieres que gane, y te enfureces cuando el árbitro pita en contra aunque sea justo. Es igual con la política. La gente vota a un partido determinado por algo relacionado con su identidad.
Por ejemplo, puedes decir “soy un católico del norte de Massachusetts, y nosotros votamos a los demócratas”. Cuando un grupo identitario se vincula a un partido político, votará por él una y otra vez, independientemente de su líder y de lo mal que lo haya hecho. En EEUU muchos republicanos han votado por Trump incluso aunque sea lo opuesto a lo que defienden, porque es republicano. Pero creo que todos somos parecidos. Por resumir, los políticos se comportan mal, pero parece que no nos importa.
Los problemas políticos son una cuestión de justicia, no tan solo de opinión, e influyen en la vida de la gente. Donald Trump, está siendo muy proteccionista, lo que beneficia a pocos. La mayoría de los que lo apoyan no lo hacen porque les beneficie o porque las investigaciones demuestren que así les va a ir mejor, sino porque están enfadados con el orden mundial por razones que no alcanzan a entender. Es su forma de protestar.
La furia que veo en todo el mundo es del tipo “ellos contra nosotros”: en Italia, por ejemplo, contra los inmigrantes, o en EEUU, donde hay americanos verdaderos y una élite liberal que no gusta (yo, según esta teoría, no soy americano comparado con alguien de Kansas). Una idea popular es que votan contra el orden mundial porque es malo para ellos, pero los economistas han descubierto que el votante medio de Trump obtiene más dinero del comercio libre que alguien como yo. Así que están votando en contra de su interés. No es una respuesta racional, es un odio irracional.
Como seres humanos, tenemos grandes incentivos para hacer gala de nuestras virtudes ante los demás. Si voy a votar en público, quiero que la gente piense que soy piadoso. Si doy dinero para una buena causa delante de mis amigos, pensarán que soy amable. Ese comportamiento no tiene como objetivo ayudar a los demás, sino influir en cómo nos ven. En la política, gran parte de nuestro comportamiento tiene como objetivo que los demás sepan que somos uno de ellos. Como fan de los Red Sox de Boston, se supone que tengo que odiar a los Yankees. Si eres de Boston, serás mi amigo, haremos negocios… Si eres del Madrid, tienes que odiar al Barcelona. Eso pasa también en política. Ser fan de tu partido implica odiar al resto, para mostrar que estás comprometido con tu gente. Y como la sociedad es más rica, tenemos más medios para separarnos: no sé en España, pero en Alemania, Reino Unido, Canadá o EEUU la segregación política es más alta que nunca. La gente se muda a zonas donde estarán rodeados por gente que piensa como ellos.
Héctor G. Barnés, Un hombre contra la democracia, El Confidencial 13/06/2018
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