Els problemes de la identitat.
A partir de cierto momento de nuestra historia reciente, tenemos la sensación de que los “problemas de identidad” (y los conflictos entre identidades) han sustituido a los “problemas sociales” (y a los conflictos de clase) como plataforma interpretativa de lo que nos pasa e incluso como explicación de las derrotas y las victorias políticas. Y no es que yo tenga nostalgia de aquellos tiempos en los que “la lucha de clases como motor de la historia” pretendía explicarlo todo. Lo que digo es que la identidad, políticamente entendida (con lo que comporta de apelación a cosas tales como el orgullo, las ofensas y las deudas de honor), es un concepto agónico (se construye por contraposición irreductible a otras identidades) y que socava el fundamento mismo del pacto social, de tal manera que las “políticas de la identidad” son una forma de reproducir, a escala micro o macro, ese tipo de enfrentamientos cuyo modelo son las viejas guerras de religión y que justamente el Estado de Derecho nació para zanjar (por tanto, el resurgimiento reformulado de esta clase de conflictos es un síntoma más de la decadencia del Estado de Derecho).
En el plano personal, la obsesión por la identidad o la “angustia” de la identidad es una patología propia de la adolescencia, y por tanto su generalización es coherente con un tiempo en el cual, como antes decíamos, nadie consigue construir narrativamente su historia porque le cambian el guión en cada capítulo. Llegar a ser un individuo siempre significó, en el contexto ilustrado, elevarse desde el plano de lo propio (de los “nuestros” en términos étnicos, familiares, sexuales, lingüísticos, etc.) al de lo universal. Ahora, sin embargo, lo entendemos más bien como la ruptura de los vínculos sociales y el encierro en lo particular irreductible. No estoy seguro, en definitiva, de que la cuestión de tomar conciencia de nosotros mismos sea la misma que la cuestión de la identidad: al contrario, yo lo definiría como el problema de la intimidad, es decir, de aquello que justamente hace imposible el encierro en una (supuesta) identidad irreductible y arrojadiza.
Carlos Javier González Serrano, entrevista a José Luis Pardo: "La filosofía no tiene una rentabilidad inmediata o directa, ni económica ni política. Pero eso no quiere decir que no tenga consecuencias", El vuelo de la lechuza 05/02/2015
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