Populisme i hiperdemocràcia.
Por lo general, interpretamos el ascenso del populismo en sus distintas variantes como una regresión democrática: el iliberalismo sería una evidente marcha atrás en el proceso de democratización. Sin embargo, al hacerlo quizás estemos desatendiendo una posibilidad alternativa que vincularía el retroceso democrático con el avance democrático. En otras palabras: ¿y si la crisis de la democracia contemporánea estuviera causada no por un déficit de democracia, sino por un exceso de democracia? Pero no un exceso en el sentido institucional, pues muchos comentaristas de hecho entienden que los regímenes representativos deberían abrirse más a la participación directa de los ciudadanos, sino en otro que relaciona la crisis de la democracia con su propio desarrollo. Los problemas de la democracia no provendrían entonces tanto de la resistencia autoritaria o populista cuanto de una parálisis causada por ella misma, por su propia lógica; la derivación populista sería una respuesta a esa parálisis y, por lo tanto, presentaría un aspecto más moderno ‒o posmoderno‒ que reaccionario.
Es el teórico político Stephen Welch quien, en un Hiperdemocracia, ha ofrecido la mejor exposición de esta tesis. Aunque él mismo señala que el término ha sido empleado ya antes, entre otros por el mismísimo Ortega y Gasset, Welch no renuncia a él. A su juicio, «hiperdemocracia» describe aquella situación que se presenta cuando las precondiciones de la democracia son a su vez democratizadas con consecuencias adversas para su funcionamiento. Hablamos así del «socavamiento reflexivo de la democracia que es causado por procesos desencadenados por ella misma». Su argumentación se centra en las precondiciones cognitivas de la democracia, necesarias para la formación de la voluntad democrática y la posterior toma de decisiones.
De ahí que Welch haga un repaso de la teoría de la democracia centrado en su aspecto cognitivo, subrayando que buena parte de la historia del pensamiento político ha sido antidemocrático. Lo ha sido por una sencilla razón: las dudas acerca del cumplimiento de los requisitos cognitivos necesarios para que un régimen democrático pueda funcionar. Basta recordar a Platón, la posterior preferencia de Locke y compañía por los elementos liberales sobre los democráticos, la hostilidad de Rousseau hacia los philosophes o, en otra clave, la convicción marxista de que una vanguardia epistémica conoce la incómoda verdad que ignoran los trabajadores por efecto de su falsa conciencia. Tocqueville, en cambio, se nos presenta como un pensador más sutil en la medida en que permanece siempre atento a las ambigüedades del desarrollo social y político: el francés es consciente de que la libertad de opinión no sólo frena las tiranías, sino que es capaz de generar una tiranía distinta y propia: la de las mayorías sobre las minorías. Por eso el pensador francés no deja de señalar que el conocimiento ha de descansar sobre la autoridad; la autoridad de quien lo atesora. Por el contrario, quienes han defendido que la democracia puede cumplir sus prerrequisitos cognitivos han solido enfatizar la capacidad para la automejora de las sociedades democráticas. Es el caso de John Stuart Mill, quien, pese a reconocer que un ciudadano carente de toda educación no es el mejor ciudadano, enfatiza la contribución de la democracia a su mejoramiento: una teoría desarrollista a fuer de educativa. Mill es así el primero que aprecia una relación de reforzamiento mutuo entre democracia y conocimiento. Cuanto más democráticos, más capaces.
Esta reciprocidad, como es sabido, será cuestionada por pensadores como Joseph Schumpeter o Robert Dahl, quien de hecho propone hablar de «poliarquía» en vez de «democracia» para evitar innecesarios equívocos. En la democracia moderna, que ha de desplegarse en una sociedad de masas, existe tal distancia entre las decisiones políticas y la capacidad del individuo para implicarse en ellas mediante alguna forma de participación, que habría que conformarse con definir la democracia como un método competitivo para la selección de elites.
Manuel Arias Maldonado, Código: hiperdemocracia, Revista de Libros 17/10/2018
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