L'ensenyament de la filosofia i la mentalitat d'esclaus.




Todos en mayor o menor medida hemos asumido y aceptado el discurso que rige en la actualidad sobre la necesidad de una formación para la empleabilidad, sobre lo imprescindible de enseñar a manejar tecnología a los más jóvenes, o sobre la importancia de impulsar las vocaciones denominadas STEM, es decir, las relativas a las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Lo último que escuchamos ahora es que, en el futuro, todo el mundo deberá saber programar si quiere acceder a un trabajo y que los niños y las niñas deben aprender a hacerlo en el colegio.

También damos por sentado que en este “sálvese quien pueda” de mundo que nos ha tocado vivir las humanidades son absolutamente prescindibles en la formación y la cultura de un habitante del siglo XXI. Pues bien, hace ya algún tiempo, el profesor de filosofía Scott Samuelson rebatió estos argumentos en un artículo que publicó The Atlantic con el sugerente título de Why I Teach Plato to Plumbers o Por qué enseño Platón a los fontaneros.

La tesis básica que expone el texto es que este discurso de la formación útil y de la educación para la empleabilidad en las empresas tiene un trasfondo marcadamente clasista. Las clases altas siempre han gozado, y lo hacen todavía, de una educación humanística que suele combinar, especialmente en las universidades de Estados Unidos, la especialización profesional con una amplia cultura intelectual, en literatura, historia, filosofía o en las artes plásticas.

Samuelson argumentaba que este barniz intelectual que reciben las clases pudientes de la sociedad tiene su explicación en tres factores:

1. Porque pega con el modelo de ocio de los privilegiados el disfrutar de aquellos bienes elevados de la raza humana: leer a Aristóteles, escuchar sinfonías de Beethoven, viajar por Italia visitando obras de arte…

2. Porque son personas destinadas a liderar en la política y la economía por derecho de nacimiento y necesitan saber pensar por sí mismos (algo que proporciona una cultura elevada), mientras que a las clases inferiores se las educa a enfrentarse a diversas situaciones más o menos previstas.

3. Por último, porque siempre está el impulso elitista de abrazar la cultura para diferenciarse de las clases inferiores incultas y previsibles.

Mientras que los ricos proporcionan a sus retoños una educación completa intelectualmente impartida en centros escolares y universidades de lujo, que incluyen sin excepción los distintos campos del saber, elaboran un discurso que defiende la educación para las masas para enfrentarse a un mundo global, es decir, la manida cháchara de la empleabilidad, que no busca formar a personas, sino a fuerza de trabajo. 

Recortan cuanto pueden los recursos de la educación pública porque, a fin de cuentas, las clases bajas solamente necesitan formación para convertirse en factor de producción. Nos recuerda Samuelson, a través de una cita de Henry David Thoreau, el concepto que tenían los romanos de la educación:
“Parece que hemos olvidado que la expresión `una educación liberal´ significaba originalmente para los romanos aquella que merecían los hombres libres; mientras que el aprender sobre negocios y profesiones, que únicamente sirve para ganarse la vida, era considerado como algo solamente destinado a los esclavos.

Nota al margen: se dice que una parte importante de los hijos de los empleados de las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley estudia en colegios sin ordenadores ni dispositivos electrónicos, y en cambio, lo hacen con papel, tiza, lápices y materiales básicos como únicas herramientas. La razón es que sus padres –esos que diseñan en Google, Apple o Facebook la tecnología que nos mantiene enganchados a las pantallas- considera que el uso de ordenadores inhibe el pensamiento creativo, el movimiento, la interacción humana y la capacidad de atención.

¿Estamos creando esclavos para el sistema productivo con la excusa de la revolución digital? ¿Es el aprender a programar hoy en día equivalente a aprender a manejar un telar en el Manchester de 1870?

Pablo Rodríguez Canfranc, Por qué enseñar filosofía a los fontaneros, Catalunyapress.es 08/10/2018

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