Els nostres gens neandertals.
El pasado agosto ha sido pródigo en noticias sobre los neandertales, nuestros primos hermanos, cada vez más cercanos a nosotros; y ya no tanto por sus capacidades tecnológicas, como las que se han demostrado en el yacimiento del Abric Romaní (Capellades, Barcelona) con el hallazgo de una herramienta de madera de manufactura extraordinariamente compleja, sino por su legado genético. En 2010, las comparaciones entre el genoma de Homo neanderthalensis y el de Homo sapiens revelaban hibridación con descendencia fértil en el Corredor Levantino, donde unos y otros mantuvieron contacto durante milenios. Aquel estudio sugería que las poblaciones humanas de Eurasia teníamos entre un 2% y un 4% de genes procedentes de los neandertales.
En apariencia, la cifra parece muy exigua y poco significativa. Las diferencias entre los rasgos anatómicos esqueléticos de los neandertales y los de nuestra especie permiten una distinción muy neta entre ellos y nosotros. No es necesario ser un especialista para diferenciar con probabilidad uno de acierto entre un cráneo neandertal y un cráneo sapiens. La herencia más interesante que recibimos de los neandertales resulta invisible a los ojos de los paleontólogos, según ha demostrado el equipo de Peter Parham, de la Universidad de Stanford. Las investigaciones de este equipo se han centrado en los antígenos leucocitarios humanos (HLA), el sistema inmune que permite a las todas las células del organismo reaccionar en contra de la invasión de agentes extraños.
Los neandertales tienen raíces europeas que llegan a los 600.000 años de antigüedad. Su adaptación a los hábitats que frecuentaron, desde las estepas de Eurasia, hasta el extremo más occidental de Europa o el Corredor Levantino, era perfecta. Los miembros de nuestra especie compartíamos con ellos un ancestro común de aproximadamente medio millón de años de antigüedad. Cuando nos volvimos a encontrar, procedíamos del África subsahariana y no estábamos tan capacitados para hacer frente a los patógenos propios de hábitats del hemisferio norte. El contacto genético entre las poblaciones de sapiens y neandertales produjo híbridos portadores de una nueva combinación de genes productores de antígenos del sistema HLA. En apariencia, los mestizos portadores de genes neandertales estaban mejor capacitados que los no portadores y generación tras generación transmitieron esos genes hasta la actualidad. Resulta una verdadera paradoja que los neandertales nos dieran las “armas biológicas” necesarias para controlar el planeta y terminar con su predominio milenario de buena parte del hemisferio norte.
José María Bermúdez de Castro, El legado neandertal, Público, 25/09/2011
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