Filferro.

"Ya jamás será lo que fue". Es la frase que inaugura la segunda temporada de The wire, la serie de culto en todo el mundo, considerada por muchos la mejor y más revolucionaria serie televisiva de los últimos años (o de todos los tiempos: Rodrigo Fresán dixit). En EE.UU. empezó a pasarse en la cadena HBO en junio del 2002 y, después de sesenta capítulos y cinco temporadas, acabó en marzo del 2008. Para nosotros, en diferido, está en internet y en DVD. Pero acabó en marzo del 2008. En septiembre, seis meses después, quebraba Lehman Brothers y se abría el abismo de una crisis todavía hoy de alcance imprevisible. Agosto del 2011: disturbios en Londres. Y todavía ahora, un mes después, continuamos preguntándonos qué pasó. Y, sobre todo, qué puede pasar todavía. En Londres, aquí o en Baltimore. Si todavía no lo han hecho, es el momento de ver The wire. Nunca se arrepentirán.

A lo mejor, en marzo del 2008, The wire era sólo una serie genial, que no es poco. Hoy, sin duda, es ya el mejor diagnóstico que existe sobre el fracaso social del sistema capitalista en la sociedad postindustrial. Por eso, The wire no crea adeptos. Tiene adictos. Mirar a través de sus ojos enseña sobre el mundo en el que vivimos. Y lo que a principios del 2008 podía ser un retrato real de una ciudad de segunda fila norteamericana como Baltimore y una hipótesis de pretensión visionaria, hoy ya es, a todas luces, el mejor mapa para saber dónde estamos.

¿De qué va The wire? Aparentemente, sobre policías y delincuentes. Pero sólo aparentemente. Porque pronto empieza a ser confuso quiénes son los buenos y quiénes los malos. O qué es lo justo y qué lo injusto. Y, por supuesto, qué es la verdad. En realidad, The wire trata sobre la ciudad y sobre en qué se ha convertido la vida urbana, en las metrópolis occidentales, a principios del siglo XXI. Vean cómo lo cuenta David Simon, su creador: "The wire describe un mundo en el que el capital ha triunfado por completo, la mano de obra ha quedado marginada y los intereses monetarios han comprado suficientes infraestructuras políticas para poder impedir su reforma. Es un mundo en el que las reglas y los valores del libre mercado y el beneficio maximizado se confunden y diluyen en el marco social, un mundo en el que las instituciones pesan cada día más, y los seres humanos, menos". ¿Les suena de algo? Hagamos la prueba: si alguien piensa todavía que estoy hablando de televisión, es que me explico muy mal.

La serie habla de los que sobran, de los que ya valen mucho menos de lo que valían en otro tiempo, si es que todavía valen algo. Desempleados, antiguos trabajadores, fracasados escolares y expulsados del famoso ascensor social del sistema. Los que la dinámica de las cosas ha convertido en prescindibles. Los excluidos, tanto los que saben que lo son, o que ya lo supieron siempre, como los que todavía no se han dado cuenta. Los que la economía postindustrial ha dejado atrás. La inmensa mayoría silenciosa del sistema. Ellos son los protagonistas de la historia: de The wire y de las noticias que leemos cada día. La sociedad de la vigilancia y del control, que anticipó con tanta lucidez Michel Foucault hace cuarenta años ha dejado paso a la sociedad que centrifuga a una gran parte, y a un ritmo vertiginoso, fuera de la propia sociedad, a sus márgenes. La periferia, hoy, es ya el centro. Y esto no ha hecho más que empezar. La realidad continúa allí donde The wire dejó el diagnóstico. Entramos en una nueva era. Tal vez el aviso de Londres en agosto iba por ahí.

Alfredo Abián lo escribía la semana pasada en su billete: "Si la pobreza se universaliza, asistiremos a la reencarnación de un feudalismo moderno que derroque al capitalismo". Por eso el propio David Simon decía que el modelo de The wire no era Shakespeare, como sucede, por ejemplo, en Los Soprano. El modelo son Esquilo, Sófocles y Eurípides, donde los protagonistas están marcados por el destino y se enfrentan a un juego que alguien ha amañado previamente. The wire es una tragedia griega para el siglo XXI, pero el papel de los dioses olímpicos lo desempeñan las instituciones posmodernas: la policía, las estructuras políticas, el sistema educativo y las fuerzas macroeconómicas que no pasan por las urnas. "La serie trataría sobre el capitalismo salvaje que va arrastrándolo todo, sobre cómo el poder y el dinero se confabulan en una ciudad americana posmoderna y, finalmente, sobre por qué los que vivimos en ciudades relativamente grandes no sabemos resolver nuestros propios problemas ni curar nuestras propias heridas". Y todavía Simon: "Es, tal vez, la única serie televisiva que sugiere abiertamente que nuestros constructos políticos, económicos y sociales ya no son viables, que nuestros dirigentes nos han fallado una y otra vez y que no... que no nos movemos en la buena dirección".

The wire quiere decir cable, o red, o escucha (en España se traduce por Bajo escucha), pero también, ¡ay!, alambre. Y es, precisamente, a través de las escuchas telefónicas como se pretende desvelar, infructuosamente, claro, el núcleo corrupto del sistema. No es que el sistema falle: al contrario, es que el sistema se define por la autoprotección de ese centro podrido. Ya desde el título, The wire ilustra sobre el cinismo extremo del sistema: todo lo que digas ya no podrá ser utilizado en tu contra. También los dioses griegos decían lo que hacían, y no pasaba nada. Fíjense en el lema que abre la última temporada: "Cuanto más grande es la mentira, más se la tragan".

Xavier Antich, Momento `The wire´, La Vanguardia, 19/09/2011

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