Tot i recordant Feynman
Según se va leyendo El gran diseño, se hace evidente la importancia que para las ideas que se presentan en él tienen las contribuciones de un físico: Richard Feynman (1918-1988). En particular, Hawking y Mlodinow dependen de una versión de la mecánica cuántica que Feynman introdujo: la de las integrales de camino. "Las teorías cuánticas", se lee en las primeras páginas de El gran diseño, "pueden ser formuladas de muchas maneras diferentes, pero la descripción probablemente más intuitiva fue elaborada por Richard (Dick) Feynman, todo un personaje, que trabajó en el Instituto Tecnológico de California y que tocaba los bongos en una sala de fiestas de carretera. Según Feynman, un sistema no tiene una sola historia, sino todas las historias posibles".
Puedo comprender muy bien estos sentimientos: como cualquier estudiante de Físicas, al cursar las asignaturas de mecánica cuántica me encontré con un mundo de probabilidades que parecía violar el sentido común: partículas que se comportan como ondas y ondas que se comportan como partículas; realidades que contienen todas las realidades posibles y que únicamente se concretan en una cuando se observa el sistema en cuestión. Finalmente, aprendí a calcular, a resolver problemas, pero las ecuaciones que utilizaba para resolverlos me parecían brotar del sombrero de un mago inescrutable. Y entonces, unos pocos años después de terminar la carrera, Feynman vino a mi rescate con un libro que me libró de aquel desasosiego y del que nunca me he separado: Quantum Mechanics and Path Integrals (1965). Todavía recuerdo el placer intelectual que me proporcionó la manera en que Feynman generalizaba el principio clásico de mínima acción, introduciendo todas las trayectorias posibles, y cómo deducía así la ecuación de Schrödinger, la base de la mecánica cuántica ondulatoria.
Es esta manera de entender los fenómenos cuánticos la que sirve a Hawking y Mlodinow para explorar la idea de que el propio universo no tiene una sola historia, ni tan siquiera una existencia independiente, o, en otras palabras, que nuestro universo no es único, propuesta sin la cual El gran diseño seguramente se quedaría en nada.
Por todo esto es razonable recordar a Feynman ahora que se publica este nuevo libro de Hawking. Recordar a uno de los científicos más originales del siglo XX, a un científico que realizó contribuciones centrales a la física (fue uno de los creadores de la electrodinámica cuántica, contribución por la que recibió en 1965, junto a Tomonaga y Schwinger, el premio Nobel de Física) mostrando una originalidad y claridad poco frecuentes. Una originalidad y sencillez que se pueden encontrar también en libros de carácter general que escribió, de los cuales existen traducciones al castellano (en Alianza, Crítica y Tusquets). Libros como ¿Está Ud. de broma, Sr. Feynman?, su maravillosa autobiografía, El carácter de la ley física, El placer de descubrir, ¿Qué significa todo eso?, ¡Ojalá lo supiera! o Seis piezas fáciles (también existen traducciones de obras más exigentes, como Conferencias sobre computación, Electrodinámica cuántica y La conferencia perdida, además de su mítico curso de física).
Para los físicos, Feynman es una leyenda. La clase de científico que todos querrían ser: profundo y original a la vez que desenfadado y jovial. Aún no se ha desvanecido el recuerdo de su intervención en la comisión que se formó para encontrar las causas del desastre del transbordador espacial Challenger, que él desentrañó con una demostración memorable (utilizando un vaso de agua muy fría). Pero, aunque la admiración que siento por sus integrales de camino o por los diagramas que llevan su nombre es inmensa, prefiero recordarlo por la idea que tenía de la ciencia, una idea que se muestra de forma conmovedora en una carta (reproducida en ¡Ojalá lo supiera!) que escribió a un antiguo alumno suyo en respuesta a una que éste le había escrito felicitándole por la obtención del Premio Nobel y mostrando al mismo tiempo tristeza por lo que él consideraba muy humildes trabajos suyos. "Usted me conoció en la cima de mi carrera", escribió entonces Feynman, "cuando según usted yo estaba interesado en problemas próximos a los dioses; no obstante, he trabajado en innumerables problemas que usted calificaría de humildes, pero con los que disfruté y me sentí muy bien porque a veces podía obtener un éxito parcial. Ningún problema es demasiado pequeño o demasiado trivial si realmente podemos hacer algo con él".
José Manuel Sánchez Ron, El origen de todo, Babelia. El País, 13/11/2010
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