Són els cossos i no la Xarxa qui es revolta.

La sociología que a lo largo de los últimos años se viene construyendo en torno a las consecuencias del uso de Internet ha insistido en el carácter dinámico y cada vez más fugaz de los intercambios humanos, insinuando que la dependencia creciente del ciberespacio podría suponer, a medio plazo, nuestra metamorfosis en seudocuerpos o almas puras que acabarían volcando toda su energía espiritual en la Red. Esta hipotética conversión de los internautas en ángeles cibernéticos queda refutada por los hechos acaecidos en Túnez o Egipto y los que hoy están ocurriendo en Libia. Al constituirse en movimientos de masas, los levantamientos sociales se han hecho necesariamente materiales, deviniendo una verdadera revolución de personas: cuerpos visibles y completos que, retando al poder constituido, se manifiestan como tales en el espacio público. Si estos cuerpos, finalmente, mantienen su inercia unitaria, su tozudez física a dejarse desplazar por dicho poder, entonces la resolución de esta puesta en escena es, tal y como ha ocurrido, inmediata: si se decide a ejercer la violencia sobre la masa de manifestantes, es el Estado el que gana la partida (recordemos casos análogos como los de Tiananmen, el cruel desalojo de la instant city de los saharauis en El Aaiún o la vesánica represión en Libia devenida ya cruenta guerra civil); si, por el contrario, es el poder estatal el que se muestra vacilante, son los revolucionarios los que se hacen con el triunfo y el régimen ominoso acaba cayendo. Este sentido material, corporal de la revolución democrática en los países árabes se ha podido constatar, desde el origen, en el hecho simbólico que desencadenó todo el proceso: la autoinmolación de un joven vendedor callejero, Mohamed Buazizi, como protesta porque la policía le había arrebatado el carrito de verduras con el que se buscaba la vida. Fue, de este modo, un acto físico, brutal, ejercido sobre su propio cuerpo por un ser humano, y no los angélicos intercambios de sujetos anónimos refugiados en la Red, el que prendió la llama en Oriente Próximo.
Olvidado por la tradición filosófica, el cuerpo ha sido a lo largo de los dos últimos siglos el arma de choque de las revoluciones de Occidente y parece ser que seguirá desempeñando esta función en las nuevas que se avecinan. En un mundo cuya realidad merma de espesor día a día, el cuerpo adquiere un prestigio, un aura mayor cuanto más dudosa sea la condición de lo real. Por otra parte, los roles tradicionales que el espacio público y deliberativo propio de la modernidad desempeñaban en nuestras sociedades están siendo asumidos por un nuevo ciberespacio democrático, que sustituye al antiguo allí donde existía (Occidente) o se instala donde no había ninguno, como en Túnez o Egipto. Junto a este espacio de comunicación -sea virtual o no- existe un segundo espacio: aquel que es el medio propio de la acción revolucionaria de los cuerpos, la tradicional escenografía política que sigue hoy desempeñando sus funciones propias, bien como elemento simbólico (las manifestaciones del Primero de Mayo en Occidente, por ejemplo), bien como verdadera trinchera para el cambio político (desde Tiananmen hasta Tahrir). Como han demostrado los hechos -en El Cairo, en Bengasi, en Bahréin- los agentes cibernéticos pueden ocupar el primer espacio, pero nunca el segundo. De este modo, el destino de los modelos de control político -sean espaciales o virtuales- es entreverarse, contaminarse mutuamente. Para cambiar la realidad no basta con aprovechar las ventajas que la rapidez y la relativa seguridad de la comunicación digital suponen para constituir la opinión pública, sino que esta debe acompañarse necesariamente de la fuerza de la masa ciudadana, dispuesta a ejercer la violencia sin desprenderse, en ningún momento, del aura de la que todavía gozan los cuerpos en la época de su presunta reproductibilidad técnica. Son ellos, no Twitter ni Facebook, los que están derribando a las dictaduras.

Eduardo A. Prieto, Internet y la rebelión de los cuerpos, El País, 09/04/2011
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Internet/rebelion/cuerpos/elpepiopi/20110409elpepiopi_11/Tes?print=1

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