"Aquí la situació és catastròfica, però no seriosa".

Slavoj Zizek
Muchos se quejan de que Twitter o Facebook son comunidades artificiales, sucedáneos de la interacción humana cara a cara. Yo celebro estas comunidades artificiales; te permiten escapar de tu lugar asignado en la sociedad. Imagina vivir en un país como Arabia Saudí. Yo me sentiría liberado usando Twitter.

Me interesan (…) los conceptos de posible e imposible. Hoy cualquiera con dinero puede viajar al espacio, cada mes anuncian descubrimientos contra algún tipo de cáncer, incluso se habla de avances para alcanzar la inmortalidad. Al mismo tiempo, en cada telediario, salen políticos y economistas explicando que no hay dinero para mantener la Seguridad Social. Vivimos una época que promueve los sueños tecnológicos más delirantes, pero no quiere mantener los servicios públicos más necesarios.

No estoy en contra del capitalismo en abstracto. Es el sistema más productivo en la historia. Me considero comunista, aunque el comunismo no sea ya el nombre de la solución, sino el del problema. Hablo de la lucha encarnizada por los bienes comunes. Las corporaciones intentan privatizar los recursos naturales, la biogenética o los conocimientos. El capitalismo actual se mueve hacia una lógica de apartheid, donde unos pocos tienen derecho a todo y la mayoría son excluidos.

Nos gustan las respuestas sencillas. En vez de pensar sobre la estructura del sistema, nos refugiamos en cuestiones morales. El anticapitalismo es muy popular entre las grandes estrellas de Hollywood. Todos están en contra de alguna compañía que explota niños o que contamina el medio ambiente. Hacen estas cosas para calmar su conciencia individual. Me opongo por completo a lo que suele llamarse estilo de vida ecologista. Hablo de la gente que recicla, tiene paneles solares y compra comida orgánica. Leí hace poco un informe que demuestra que si todos siguiéramos esas pautas de consumo provocaríamos una catástrofe, ya que los artículos ecológicos son mucho más caros de producir.

La solución que ofrecían era que la mayor parte posible de la humanidad viviera apiñada en grandes ciudades. Así, todos los servicios serían más baratos. El sueño de todos de la casita en el campo o en las afueras puede acabar en cataclismo.

Hay que ser más hedonistas. El problema es que no nos centramos en lo que realmente nos satisface. Estamos atrapados en una competición malsana, una red absurda de comparaciones con los demás. No prestamos suficiente atención a lo que nos hace sentir bien porque estamos obsesionados midiendo si tenemos más o menos placer que el resto. En estos casos extremos, me gusta recurrir a los clásicos. Por ejemplo, Rousseau. Él veía el egoísmo como algo saludable. El único límite que ponía es que no es legítimo preferir el bien propio si causa un mal a otros. Los capitalistas actuales son fanáticos religiosos que defienden sus beneficios aunque traigan la ruina para millones de personas.

(…) Me han sorprendido las revueltas en el norte de África. Europa nunca ha creído que los árabes fueran capaces de hacer una revolución democrática a gran escala, independiente de valores religiosos. Ahora mismo estoy en Londres y tenemos una huelga masiva en la educación superior. El Plan Bolonia es una catástrofe. La derecha quiere suprimir las humanidades. En vez de pensadores, quieren convertirnos en expertos que cumplan los encargos que las élites plantean. Me parece importante defender que los grandes problemas nos conciernen a todos. La derecha debería estar en contra del Plan Bolonia. Convertir la Universidad en una empresa es mucho más peligroso para Europa que el fundamentalismo islámico.

(Hegel) demostró que cuando persigues una cosa se puede convertir en la contraria. En Occidente queremos libertad y dignidad, pero estamos dispuestos a abolirlas en nombre de esa misma búsqueda. Otro ejemplo: tenemos más poder que nunca sobre la naturaleza, pero nunca hemos estado más expuestos a catástrofes ecológicas.

Me encanta una anécdota, seguramente apócrifa, de la Primera Guerra Mundial. Un puesto militar alemán escribe un telegrama a sus aliados austriacos: "Aquí la situación es seria, pero no catastrófica". La respuesta dice : "Aquí la situación es catastrófica, pero no seria". Esta última frase define nuestra época. Nos cuesta tomar en serio la debacle a la que nos enfrentamos. No soy un ingenuo, ni un utópico; sé que no habrá una gran revolución. A pesar de todo, se pueden hacer cosas útiles, como señalar los límites del sistema. Muchos sabemos que unas cuantas reformas no van a sacarnos del atolladero.

Slavoj Zizek, Slavoj Zizek: El filósofo de la anarquía, entrevisata de Víctor Lenore, EP3, El País, 01/04/2011

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