Sobreviuràs?


Ha-Joon Chang es un economista surcoreano de 48 años que da clases en Cambridge y que tiene fama de polémico. Cree, entre otras cosas, que la economía, tal y como se ha venido practicando en los últimos 30 años, es algo que ha resultado dañino para la mayoría de la gente y que es tonto olvidar que el capitalismo no tiene que ver solo con la creación de riqueza (lo que es cierto), sino también con el poder. Chang publicó hace poco una columna muy divertida rebatiendo a quienes, desde la gran banca londinense, alegaban que el pago de altos bonos era esencial para evitar que los mayores talentos del negocio se fueran de Reino Unido. ¿Y adónde van a ir esos ejecutivos?, bromeaba. ¿A Tokio, a Dubai? Y en todo caso, mantenía, esos banqueros han sido los responsables de décadas de actividades financieras socialmente improductivas, así que perder a tan formidables especialistas tampoco debería ser una tragedia.

Resulta llamativo que en una sociedad tan dinámica como la actual, al menos en el mundo occidental, los economistas se hayan mantenido, en su mayoría, instalados durante tantos años en una firme rutina, en la que la única innovación era la creación de productos financieros cada vez más incontrolables. "Sorry, Ma'am", le dijo un grupo de profesores a la reina Isabel de Inglaterra cuando, en 2009, les preguntó, en una visita a la London School of Economics: "Pero, ¿cómo no se dieron cuenta?". "Nos tememos que la ciencia económica ha sido víctima de una mezcla de arrogancia y de wishful thinking (expresión que significa creer que las cosas son como se desean y que es el título de varias canciones de rock, entre ellas una de Duncan Sheik).

Es llamativo que los grandes expertos económicos no fueran capaces, como se ha visto, de incorporar toda la información (más abundante que nunca, gracias a los nuevos instrumentos tecnológicos) que, sin duda, fueron recibiendo. Quizá deberían haber pedido también perdón por lo que algunos llaman "corrupción de la educación" y que no implica solo corrupción en la selección de alumnos (no por capacidad, sino por ayuda familiar, por ejemplo), sino que supone también dejar fuera de las aulas o del debate académico nuevas ideas o puntos de vista más heterodoxos. Si las empresas no innovan, desaparecen. Lo mismo se dice de las sociedades, y es seguramente muy cierto. Lo curioso es que quienes más lo pregonan son quienes menos han sido capaces de abrir realmente su propio campo a la innovación, es decir, los políticos y los responsables, públicos y privados, de la economía. Son ellos los que deberían estudiar, debatir e introducir cambios que sean realmente innovadores, es decir, que supongan mejoras sustanciales, quizá enfoques inéditos más adaptados a las nuevas situaciones y más capaces de corregir el grave daño que están sufriendo nuestras sociedades.

Por ejemplo, en España, donde cada día se anuncian nuevos recortes de gasto público, se debería hablar más explícitamente de lo que allá en los años treinta se denominaba "selección de sacrificios". No es lo mismo aplazar la construcción de una autopista que dejar sin formación ni empleo a decenas de miles de jóvenes, chicos y chicas a los que será casi imposible recuperar una vez que se sitúen fuera del circuito de integración. Alarma comprobar cómo van pasando los meses sin que se ofrezca alguna alternativa al enorme paro juvenil. Cualquiera que visite la cola del paro sabe perfectamente cuál es la situación en estos momentos: no hay plazas en cursos de formación, ni oficinas del Estado capaces de gestionar ni siquiera el escaso flujo de empleo temporal o precario. Y, lo que es peor, no parece que exista ningún plan, en ningún lado, para producir un cambio inmediato. Seguimos hablando de cosas irrelevantes para la vida cotidiana de los jóvenes españoles, que seguramente creen que piensa mucho más en ellos Duncan Sheik que el Parlamento. Véase si no una estrofa de su canción: "Will it ever be anything more than wishful thinking. Looked away and missed the show. How much wasted time. Will you survive" (Habrá algo más que ilusiones. Miraste fuera y te perdiste el show. Cuánto tiempo perdido. Sobrevivirás).

Soledad Gallego-Díaz, "Lo siento, colega", Domingo. El País, 03/04/2011

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