La llibertat d'expressió decapitada.






¿Cuántas veces hemos oído en los últimos años que determinado "matón" o "matona" no debe seguir hablando, sea en clase, en los medios de comunicación o en un espectáculo porque ofende los sentimientos de algún grupo social? ¿Cuántas veces este mismo argumento que confunde las palabras con los puñales ha sido difundido por toda clase de activistas beatos de todas las ideologías? ¿Cuántas veces un grupo ha considerado moralmente urgente y necesario purgar a un individuo por sus opiniones? ¿Cuántas veces se ha considerado un “matón” a alguien por el simple hecho de hablar?

Para que decapiten en plena calle a un profesor que ha explicado la libertad de expresión, es necesario que se pongan en marcha muchos mecanismos. Podríamos pensar que esto es un hecho aislado, pero sabemos que no es así. En Francia viven muchos musulmanes que hoy están horrorizados por los actos de un radical, pero ¿cuántos son capaces de tolerar la blasfemia sin ponerse a temblar como gelatinas? La ciudadanía supone una aceptación de los principios rectores de la democracia liberal, entre los cuales está la libertad para blasfemar. La ciudadanía es una condición que proporciona derechos y requiere cumplir obligaciones.

Sin embargo, tengo muy claro que una sociedad diversa no se construye sobre el pavor, ni sobre el tabú, sino sobre el respeto de todas las tribus a unos derechos universales. El multiculturalismo ha fracasado en Francia porque no se ha integrado a los inmigrantes en los valores de la República ni en sus beneficios sociales. Los guetos, la marginalidad, la xenofobia y el radicalismo integrista de las mezquitas han destruido la posibilidad de crear una verdadera sociedad diversa donde todos puedan convivir.

En la tensión del multiculturalismo mal construido, con sus escaleras sociales bloqueadas, el edificio de la República ha empezado a derrumbarse. El auge de la extrema derecha lepenista desde 2014 es una consecuencia de esta mala construcción. Los guetos y la violencia de los musulmanes mal adaptados a la República suponen un desafío al que la izquierda francesa no ha sabido hacer frente. Ante el obcecado mito del buen salvaje condensado en el “día feminista del velo por el empoderamiento”, ante el helado respeto simbólico hacia una religión en la que cabe el asesinato del blasfemo, los progresistas han dejado el campo libre a que la extrema derecha problematizase aquello que debe ser problematizado. Alguien más debería hacerlo, pero no se atreven. El desprecio por la valiente holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, que se ha desgañitado intentando explicarlo, es uno de tantos síntomas.

¿Cómo puede una sociedad multicultural sobrevivir si colocamos en una peana los sentimientos de algunas tribus y despreciamos los derechos fundamentales? Ya no hay marcha atrás. Los musulmanes que viven en Europa no volverán a sus países de origen, muchos han nacido aquí, muchos están integrados y son tan europeos como nosotros. La arcadia de una Europa cristiana con la que sueña la extrema derecha es imposible e indeseable. Pero en democracia todos hemos de respetar los mismos iconos, y estos son laicos y liberales: derechos y obligaciones. Ninguna tribu tiene derecho a imponer su beatería a la libertad de los demás, y cuando digo “ninguna” me refiero verdaderamente a “ninguna”. Mientras esto no se entienda y sigamos confundiendo las palabras y los puñales, el multiculturalismo será un fracaso.

Juan Soto Ivars, Reconstruyendo la decapitación de un profesor francés, El Confidencial 17/10/2020

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