Text 298: Denise Najmanovich, Pensar en tiempos de pandemia,
No estamos aislados. Nunca lo estaremos. Por el contrario, si algo nos ha mostrado esta pandemia es lo ligados que estamos, lo profundamente entramados y no sólo entre humanos sino con todas las criaturas y entidades de la naturaleza. Estamos unidos, tal vez más unidos que nunca, aunque no podamos movernos como antes. Lo que estamos viviendo no es aislamiento, sino geolocalización (en fácil, cada uno en su casa, si la tiene). El éxito que ha tenido la denominación “asilamiento social” nos muestra la fuerza que aún tienen el pensamiento moderno y sus ilusiones individualistas y antropocéntricas que nos hacen creer que trascendimos la naturaleza, que estamos enfrentados a ella y que podemos, e incluso debemos, dominarla. Este modo de concebir la humanidad no sólo invisibiliza nuestras raíces, nuestra pertenencia y participación en la trama de la naturaleza, sino que también nos impide darnos cuenta (y agradecer) a todos aquellos que hoy con su actividad sostienen, nutren y cuidan la vida de todos: personal de salud, sin duda, pero también agricultores, distribuidores de alimentos y medicamentos, barrenderos, cuidadores de casas, de ancianos y tantísimos otros humanos y no humanos como la red de plantas que produce oxígeno y los animales que colaboran en la dispersión de las semillas. Nosotros los humanos nos movemos menos, pero esto ha hecho que muchas otras especies ganaran movilidad, ya que los ecosistemas viven en un equilibrio dinámico que expresa una paradójica armonía tensa, generativa, robusta y vulnerable a la vez, siempre creativa y por lo tanto parcialmente destructiva.
Nos
han educado para creer que somos la cumbre de la creación, que estamos
enfrentados a la naturaleza, que la hemos trascendido gracias a la razón, que
debemos enseñorearnos de ella. Así hemos dado rienda suelta a la codicia
corporativa, que presenta la mera acumulación monetaria como crecimiento. Así
hemos confundido los caprichos de las élites dominantes con necesidades
universales humanas, el éxito con la felicidad y el buen vivir con el mucho
poseer.
Un
diminuto virus vino a recordarnos que nuestra independencia es una vana y
peligrosa ilusión, que somos una criatura entre otras y que no hay dueños de la
vida. Tal vez el desafío más importante que tengamos sea el de aprender a pensar
y a vivir de un modo no predatorio, entendiendo que somos parte y no amos
de la tierra, y que nuestro destino está enlazado al de lo demás.
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