Forats negres.
Los agujeros negros son una invención humana que se ha hecho carne. Se desprenden directamente de la teoría de la relatividad general formulada por Einstein hace más de 100 años. Recuerden: la materia le dice al espacio cómo curvarse, el espacio le dice a la materia cómo moverse. Sólo unos meses después de que Einstein completara esa teoría, un físico alemán que estaba pegando tiros en el frente ruso durante la Gran Guerra, Karl Schwarzschild, se dio cuenta de que una masa muy grande confinada en un espacio muy pequeño debía deformar el espacio de una manera tan drástica que nada que atravesara su “horizonte de sucesos” (o radio de Schwarzschild) podría escapar de allí. Es como un gua tan empinado que no deja escapar ni a las canicas más rápidas, como los fotones de luz. Ni la materia ni la información pueden librarse de su invencible tirón gravitatorio.
Schwarzschild murió poco después de concebir esa idea extraordinaria, inferida directamente de las ecuaciones de Einstein en una trinchera bélica donde su ocupación consistía, o debería haber consistido, en calcular las trayectorias de los proyectiles de artillería. Walter Isaacson, biógrafo definitivo de Einstein, ve el caso de Schwarzschild como un eco del propio Einstein, que desarrolló la relatividad “mientras examinaba solicitudes de patente para la sincronización de relojes”. Sincronizar los relojes tiene una relación estrecha con la relatividad, una teoría donde el tiempo se dilata como en un cuadro de Dalí. Y la trayectoria de una bomba es un ejemplo de manual de la gravedad en acción. A veces hay que volver a lo más básico para romper el marco y dar un gran salto adelante.
Antes de morir, sin embargo, Schwarzschild tuvo tiempo de enviar a Einstein sus resultados por correo. La reacción inicial de Einstein rebosaba entusiasmo. “Jamás habría esperado que la solución exacta al problema pudiera formularse de una manera tan simple”, le respondió a Schwarzschild. Y fue el propio Einstein quien trasladó sus hallazgos a la Academia Prusiana. Pero al final incluso Einstein, tal vez el pensador más rompedor de la historia de la ciencia, se echó atrás ante las implicaciones de la idea. El espacio-tiempo se curvaría infinitamente en el centro del agujero negro, el tiempo se contraería hasta cero, un viajero que se aproximara al horizonte de sucesos le parecería paralizado a un observador externo. Así que Einstein descartó los agujeros negros como un antojo matemático de mal gusto.
Javier Sampedro, Sagitario A*, El País 08/10/2020
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