Servitud i destí (Simone Weil).
El espíritu humano es increíblemente flexible, pronto a imitar, pronto a plegarse a las situaciones exteriores. Aquel que obedece, aquel cuyos movimientos, penas y placeres están determinados por la palabra de otro, se siente inferior no por accidente, sino por naturaleza. En el extremo contrario de la escala, el otro se siente igualmente superior, y estas dos ilusiones se refuerzan una a otra. Es imposible al espíritu más heroicamente firme conservar la conciencia de un valor interior cuando esa conciencia no se apoya en nada exterior. El mismo Cristo, cuando se vio abandonado por todos, escarnecido, despreciado, con su vida tenida por nada, perdió por un instante el sentimiento de su misión; ¿qué otra cosa puede significar el grito “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Les parece a los que obedecen que alguna inferioridad misteriosa los ha predestinado a obedecer desde toda la eternidad; y cada marca de desprecio, aunque sea ínfima, que sufren por parte de sus superiores o de sus iguales, cada orden que reciben, sobre todo cada acto de sumisión que realizan, los confirma en ese sentimiento.
Todo lo que contribuye a dar a aquellos que están en la parte baja de la escala social el sentimiento de que tienen un valor es en cierta medida subversivo. El mito de la Rusia soviética es subversivo en tanto que puede dar al obrero comunista de una fábrica que ha sido despedido por su capataz el sentimiento de que, a pesar de todo, tiene detrás de él al Ejército Rojo y a Magnitogorsk, y permitirle así conservar su dignidad. El mito de la revolución históricamente ineluctable juega el mismo papel, aunque más abstracto, cuando se es miserable y se está solo, algo es tener de su lado a la historia . El cristianismo, en sus inicios, también fue peligroso para el orden. No inspiraba codicia por los bienes y el poder a los pobres y a los esclavos; muy al contrario, les daba el sentimiento de un valor interior que les ponía en el mismo plano o en un plano más elevado que los ricos, y eso era suficiente para poner a la jerarquía social en peligro. Muy pronto se corrigió, aprendió a poner entre los matrimonios o los entierros de los ricos y los pobres las diferencias que convienen, y a relegar a los desdichados a los últimos lugares de las iglesias.
Simone Weil, Meditación sobre la obediencia y la libertad (1937), Escritos históricos y políticos, Editorial Trott, Madrid 2007
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