Les dificultats de l'escepticisme.
by Kranhn |
Carl Sagan temía que sus nietos vivieran en un Estados Unidos cuyos ciudadanos carecieran de “la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar con conocimiento a los que ejercen la autoridad”. “Con las facultades críticas en declive, incapaces de discernir entre lo que nos hace sentir bien y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad”, auguraba el astrofísico en El mundo y sus demonios (1995). Evitarlo pasaba, en su opinión, por enseñar en la escuela “hábitos de pensamiento escéptico”, aunque eso supondría que las nuevas generaciones acabarían cuestionando más que los ovnis y a los videntes. “Quizá desafiarán las opiniones de los que están en el poder. ¿Dónde estaremos entonces?”, se preguntaba al final del libro.
El Centro de Investigación Pew, un grupo de reflexión con sede en Washington, revelaba al día siguiente de las elecciones presidenciales estadounidenses que a Donald Trump le habían votado bastantes menos graduados universitarios que a Hillary Clinton (43% frente a 52%), pero muchas más personas sin formación superior (52% frente a 44%). ¿Tienen las sociedades desarrolladas que plantearse cambios en la educación para fomentar el pensamiento crítico y que los ciudadanos no caigan rendidos ante los cantos de sirena del populismo?; con una población mejor educada, ¿Trump estaría en el Despacho Oval y Reino Unido fuera de la UE?
“Nunca se sabe. Cuando Hitler salió elegido en los años 30, Alemania era el país con mejor educación de Europa. Aunque, cuanto más pensamiento crítico, más difícil es que cuajen cierto tipo de engaños, también hay ideas erróneas que arraigan en colectivos educados. Por ejemplo, la oposición a las vacunas está presente en gente con un alto nivel educativo”, advierte Jesús Zamora Bonilla, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la UNED. El problema ahora, añade, es que se ha extendido la idea de que “uno tiene derecho a que sea verdad lo que cree. No es así. Tienes derecho a creer tonterías, pero no dejan de serlo porque las creas”.
A la hora de protegernos frente a tonterías -algunas de ellas peligrosas, como la antivacunación-, Zamora Bonilla considera fundamental que “las instituciones funcionen bien” y que “la gente sepa que la última palabra en muchas cuestiones la tiene la ciencia, que no se basa en opiniones, sino en el análisis objetivo de los datos”. Si la población fuera consciente de eso, daría la espalda a los políticos que pescan votos en el miedo a los transgénicos y las ondas de telefonía, por ejemplo. “En el colegio tiene que haber asignaturas, que son a las que ha quitado peso la ley Wert, que fomenten el pensamiento crítico, en las que se enseñe a pensar, que no todas las opiniones son igual de válidas…”, apostilla.
“Sería muy recomendable que en la escuela y el instituto se pusiera más énfasis en que no hay que dar por buena toda la información que recibimos. Por norma, deberíamos exigir pruebas de las afirmaciones que se hacen en todos los ámbitos. Deberíamos preguntar siempre el porqué de las cosas, incluso a nosotros mismos”, afirma Juan Ignacio Pérez Iglesias, biólogo y titular de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco. Lo que realmente preocupa hoy a muchos científicos estadounidenses, explica, “es el convencimiento de que con Donald Trump va a acabarse la toma de decisiones políticas basada en pruebas. Creen que lo que son hábitos de pensamiento y actuación beneficiosos que no se van a seguir aplicando”.
Pérez Iglesias es, no obstante, “escéptico sobre el potencial del sistema educativo a la hora de fomentar el pensamiento crítico porque en los seres humanos la componente irracional es importantísima a la hora de tomar decisiones. Debemos ser conscientes de los sesgos, esos atajos mentales que forman parte de nuestro bagaje evolutivo y nos ayudan a resolver problemas sin pensar demasiado, y, sobre todo, del peso de lo emocional e ideológico. Hay mucha gente que vota a un partido porque las tripas se lo piden. Solo así se explica la insensibilidad ante la corrupción”. De ahí que él crea que el pensamiento crítico, “aunque hay que cultivarlo y promoverlo”, va a tener siempre “un alcance limitado”. “Es muy fácil engañarnos. Cuando entran en juego la política y la ideología, es igual de fácil engañar a cien catedráticos universitarios que a cien conductores de autobús”, coincide Zamora Bonilla.
“Todos tenemos una parte un poco imbécil y no conocerla es la peor de las imbelicidades”, alerta el filósofo y pedagogo Gregorio Luri. Él prefiere hablar de “pensamiento riguroso en vez de pensamiento crítico”, porque, argumenta, solemos usar esta última acepción para aquel que coincide con el nuestro. “La clave está en pensar con rigor, algo que no es fácil, y tener claro que hay trampas en el pensamiento en las que no deberíamos caer, como las falacias. Pero someterte a una disciplina intelectual así resulta agotador, suele hacer daño y nunca sabes si la conclusión a la que has llegado es un fundamento firme o marca solo el límite de tus fuerzas”.
Por eso, en su opinión, más importante que el pensamiento crítico es “vivir en una comunidad con sentido común, que, como decía Aristóteles, básicamente se educa mostrando ejemplos de gente con sentido común. Hoy, sin embargo, predominan los de éxito fácil, de famoseo… Ahí hay un riesgo”. Para Luri, “la victoria de Trump se debe a que la alternativa era mucho peor. La gente no es tonta, no es estúpida. Lo que debería plantearse la socialdemocracia es por qué hay personas inteligentes, con buen criterio y una formación elevada, que se sienten perjudicadas por sus políticas. Trump me parece una persona bastante repulsiva, pero a los estadounidenses les ha parecido más repulsiva Hillary Clinton”. En el caso de Reino Unido, cree que la UE no ha sabido cautivar no solo a los británicos, sino tampoco a muchos otros nacionales. Pérez Iglesias tampoco achaca el Brexit a un voto no educado, sino a “la antigua querencia de Reino Unido por no estar en la UE”.
“Si miras a los votantes de Trump, Le Pen y otros populismos, hay mucha gente con buena educación, que ha pasado por la Universidad. No sé cuál es el mejor antídoto para evitar que salgan los demonios que llevamos dentro: el racismo, el machismo… La mejor educación nunca sobra, pero no sé si es el antídoto. Estados Unidos, Francia y Holanda son países muy civilizados, muy educados”, advierte el economista José Luis Ferreira, profesor de la Universidad Carlos III. Frente a quienes sostienen que “los gobernantes nos quieren tontos”, él considera que esa visión conspiranoica carece de sentido. “No hace falta. Está visto que podemos ser educados y votarles de todas maneras. Lo puedo entender en otras épocas y en regímenes autoritarios, donde una élite expulsa de la educación a las mujeres y a las minorías, pero no creo que ningún dirigente quiera algo así en las sociedades democráticas. Ni Rajoy, ni Iglesias, ni Trump, ni Le Pen”.
Para Ferreira, en la escuela el pensamiento crítico tendría que impregnarlo todo. “Cualquier asignatura debería incluir no solo los datos y las teorías, sino también ver críticamente cómo se ha llegado a entender que eso es así y no de otra manera. Falta esta segunda parte, seguramente debido a unos programas siempre apretados. Igual hay que dar menos contenidos, pero con más profundidad”. Él no cree que ningún dirigente político rechazara esa posibilidad. “Los políticos de cualquier ideología están convencidos de que, si la gente pensara críticamente, les votaría a ellos porque su ideología es la buena”.
Luis Alfonso Gámez, Engañarnos es muy fácil, magonia.com 20/02/2017
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