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Pero, ¡oh, Dios mío!, ¿qué ocurre? ¿Cómo llamar ese vicio,
ese vicio tan horrible? ¿Acaso no es vergonzoso ver a tantas y
tantas personas, no tan sólo obedecer, sino arrastrarse? No ser
gobernados, sino tiranizados, sin bienes, ni parientes, ni mujeres,
ni hijos, ni vida propia. Soportar saqueos, asaltos y crueldades,
no de un ejército, no de una horda descontrolada de
bárbaros contra la que cada uno podría defender su vida a
costa de su sangre, sino únicamente de uno solo. No de un
Hércules o de un Sansón, sino de un único hombrecillo, las
más de las veces el más cobarde y afeminado de la nación, que
no ha siquiera husmeado una sola vez la pólvora de los campos
de batalla, sino apenas la arena de los torneos, y que es
incapaz no sólo de mandar a los hombres, ¡sino también de
satisfacer a la más miserable mujerzuela! ¿Llamaremos eso cobardía?
¿Diremos que los que se someten a semejante yugo son
viles y cobardes? Si dos, tres y hasta cuatro hombres ceden a
uno, nos parece extraño, pero es posible; en este caso, y con
razón, podríamos decir que les falta valor. Pero si cien, miles
de hombres se dejan someter por uno solo, ¿seguiremos diciendo
que se trata de falta de valor, que no se atreven a atacarlo, o
más bien que, por desprecio o desdén. no quieren ofrecerle resistencia?
En fin, si viéramos, ya no a cien ni a mil hombres,
sino cien países, mil ciudades, a un millón de hombres negarse
a atacar, a aniquilar al que, sin reparos, los trata a todos como
a siervos y esclavos, ¿cómo llamaríamos eso? ¿Cobardía? Es
sabido que hay un límite para todos los vicios que no se puede
traspasar. Dos hombres, y quizá diez, pueden temer a uno. ¡Pero
que mil, un millón, mil ciudades no se defiendan de uno, no es
siquiera cobardía! Asimismo, el valor no exige que un solo
hombre tome de asalto una fortaleza, o se enfrente a un ejército,
o conquiste un reino. Así pues, ¿qué es ese monstruoso vicio
que no merece siquiera el nombre de cobardía, que carece
de toda expresión hablada o escrita, del que reniega la naturaleza
y que la lengua se niega a nombrar?
Etienne de la Boétie,
El discurso de la servidumbre voluntaria (1548), La Plata: Terramar; Buenos Aires 2008
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