Com instituir els nous poders del poble, segons Hannah Arendt. /(Alicia García Ruiz).





Arendt es perfectamente consciente de un problema que atraviesa la teoría política moderna postsecular. a saber, qué fundación política es posible sobre bases inmanentes, desprovistas del recurso a una instancia trascendente (Dios, ley natural, etc.) y qué tipo de instituciones políticas serían su consecuencia. De ahí procede, precisamente, su rechazo al concepto de soberanía como modelo válido para instituciones políticas futuras. Si la fundación se atribuía a un lugar trascendente en el modelo teológico-político, lo que intenta Arendt es plantear este problema en términos estrictamente modernos, esto es, desteologizados. mediante una red conceptual que vincula nociones como "poder'", "libertad", "revolución" y "constitución". Para ello. se propone analizar las consecuencias de distintos modelos de revolución con los que se inaugura una modernidad política que ella sitúa en el momento de fundación llevado a cabo por la acción emancipatoria del pueblo. Lo interesante de  Arendt es que plantea que el verdadero desafío de la fundación moderna de la república no es solo la liberación respecto a un poder opresivo anterior, el acto destitutivo. La tarea más profunda es posterior y consiste en la constitución de un espacio de acción política entendido como espacio de libertad colectiva. el acto constituyente. La libertad de la que hablamos es una libertad conquistada mediante el acto revolucionario y que debe ser estabilizada constitucionalmente. Ahora bien. el objetivo de este acto constituyente sobrepasa la concepción del constitucionalismo entendido como la limitación del poder gubernamental. La meta de la Constitución que surge del acto revolucionario no es embridar o limitar los poderes de un Gobierno o un monarca, asunto respecto al cual ya existía un gran cuerpo jurídico político, sino algo completamente distinto que Arendt señala en su radical novedad: instituir los nuevos poderes del pueblo, no limitar el poder, sino crear más poder. En este sentido, la asignatura pendiente del imaginario revolucionario moderno para Arendt sigue siendo tener como meta hacer constituciones, constituir la libertad, pues "hasta ahora la revolución moderna no nos ha traído constituciones (la meta y el propósito de las revoluciones), sino dictaduras revolucionarias concebidas para impulsar e intensificar el movimiento revolucionario".

La tarea constituyente no consiste en diseñar diques para limitar el poder de un Gobierno, sino fundar una forma de gobierno acorde con la naturaleza colectiva del poder. De lo que se trata, a su juicio, es de ser fieles al "elemento auténticamente revolucionario inscrito en el proceso constitucional" y este está indisolublemente ligado a la fundación de un tipo de libertad que debe ser entendida en un sentido compartido, al igual que sucede con el poder. Aquello que la revolución persigue no es el júbilo de las masas por la liberación, sino la responsabilidad de qué hacer con la libertad. En otras palabras, lo que una Constitución debe proporcionar no se limita a una salvaguarda contra los posibles abusos de poder de un Gobierno, sino la posibilidad de participación real en él para los ciudadanos de la república.

En ese contexto, escribe Arendt, la palabra "Constitución" pierde todo significado negativo, en cuanto limitación o negación. Significa, por el contrario, que la libertad debe basarse, tal como Montesquieu sugirió, en la fundación y correcta distribución del poder, de modo que poder y libertad se implican mutuamente, en lugar de ser opuestos. El poder, piensa Arendt, solo puede contrarrestarse con más poder. Por esta razón, frente a la tendencia acumulativa de poder manifestada en los estados modernos y su paradigma de la soberanía, lastrada por una concepción errada del mismo, la tarea esencial es salvaguardar el poder del pueblo, verdadero detentador del poder. La antigua fórmula romana de la potestas in populo regresa bajo esta fórmula de soberanía popular: 
El poder, contrariamente a lo que podríamos pensar, no puede ser contrarrestado, al menos de modo efectivo, por leyes, ya que el llamado poder que detenta el gobernante en el gobierno constitucional, limitado y legítimo, no es, en realidad, poder, sino violencia, es la fuerza multiplicada del único que ha monopolizado el poder de la mayoría.
Alicia García Ruiz, Impedir que el mundo se deshaga, Los libros de la catarata, Madrid 2016

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